CAPITULO XXXV

Los Cimientos del Mañana

Isa Belmonte

La paz que habitaba nuestra casa no era la de la ignorancia, sino la forjada en la conciencia de haber sobrevivido a la tormenta. Cada amanecer que iluminaba el jardín, cada noche tranquila interrumpida solo por el llanto de un bebé, era un tesoro cuidadosamente custodiado. La rutina se instaló entre nosotros como un manto de normalidad tejido con hilos de vigilancia constante.

Mario se sumergió en la dirección de la Corporación Colombo con la misma intensidad con la que una vez dirigió su imperio en las sombras, pero ahora su enfoque era diferente. Donde antes había dado órdenes tajantes y esperando obediencia, ahora celebraba reuniones, escuchaba propuestas, construía consensos. Lo veía por las mañanas, con uno de los bebés en brazos mientras revisaba informes en su tablet, su mano enorme acariciando inconscientemente la espalda diminuta de Elena o Alessandro. Era la imagen del padre moderno, solo que este padre podía, con una llamada, mover mil
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