La Sombra del Árbol Genealógico
Isa Belmonte
El verano italiano envolvió nuestra casa en un manto de calor dorado y aromas a jazmín y tierra seca. Los días se alargaban, llenos de la luz cegadora del sol que se filtraba entre las hojas de los árboles del jardín. Para Elena y Alessandro, que ahora tenían seis meses, el mundo era un caleidoscopio en expansión de sensaciones. Sus personalidades, ya marcadas desde el nacimiento, se acentuaban con cada día que pasaba.
Elena era un torbellino en miniatura. Gateaba con una determinación feroz que la llevaba a explorar cada rincón de la casa, sus manitas regordetas agarrando todo lo que encontraba a su paso. Sus primeros sonidos eran guturales, imperiosos, como si estuviera dando órdenes a un ejército invisible. Adoraba a su padre, y su risa, un sonido cristalino y contagioso, estallaba cada vez que Mario la alzaba por encima de su cabeza.
Alessandro, en cambio, era un observador. Pasaba horas sentado, inmóvil, observando el vuelo de un insec