La cacería comienza
Isa Belmonte
La humillación pública de Lavinia Orsini y la inauguración simbólica del Edificio Belmonte se sintieron, por un breve y peligroso momento, como la victoria final. La prensa no hablaba de mi pasado; hablaba de la hipocresía de la nobleza, de un titán corporativo que usaba a su hija para enterrar a artistas honestos. Había convertido la vergüenza de mi padre en el pedestal de mi triunfo.
Sin embargo, el triunfo duró lo que tarda el sol en ponerse.
Esa noche, de vuelta en la mansión, mientras Mario supervisaba a un equipo de técnicos desmantelar la pared de Alessandro en busca de cualquier otro objeto insidioso, me senté sola. Sostuve la araña de porcelana, pequeña, fría y blanca. Me susurró la verdad: el ataque a Lavinia era una distracción mía, no de Orsini.
Vittorio me había visto, desnuda de pretensiones, y había notado que mi punto de quiebre no era la ruina financiera, sino el miedo por mi hijo. Al golpear a Lavinia, yo había demostrado mi capacidad