El Corazón en la Pared
Isa Belmonte
La araña de porcelana era pequeña, insignificante, del tamaño de una mentira que se susurra al oído. Sin embargo, su presencia en el interior del muro de Alessandro no era una broma; era una declaración de guerra sellada con mi sangre. Vittorio Orsini no solo había violado mi hogar y burlado nuestra seguridad, sino que había confirmado lo peor: él sabía que Alessandro era nuestra única vulnerabilidad.
Sostuve el fragmento frío en mi mano. Era un objeto de arte delicado y maligno. Mario, junto a mí, estaba lívido. La furia en su rostro era la de un hombre que había sido humillado. No con una bala, sino con un juego de manos infantil que había expuesto la impotencia de todo su imperio tecnológico.
—Lo mato —dijo Mario, su voz apenas audible. Era una promesa solemne y espantosa.
—No —respondí, y la palabra salió de mi garganta como hielo seco. —Tú no. Si lo tocas, nos convertimos en lo que él quiere que seamos: criminales de nouveau riche luchando por