El eco del "adiós" de Ji-woo, su figura desvaneciéndose en la distancia, se había grabado a fuego en la mente de Lee Jae-hyun. Había vuelto a su oficina, la carta de renuncia de Ji-woo y su desgarradora despedida en la mano, y desde ese momento, el mundo había perdido su color. El CEO Lee Jae-hyun no se permitió el lujo del dolor. En cambio, lo canalizó, lo transformó en una furia fría y controlada, dirigida a todo y a todos, excepto a sí mismo. Se sumergió en el trabajo con una intensidad brutal, casi autodestructiva. Las luces de su oficina permanecían encendidas hasta bien entrada la madrugada, y volvían a encenderse antes del amanecer. Sus empleados lo veían como una máquina, incansable, implacable. Cada reunión era tensa, cada decisión, cortante. Su voz, antes medida y autoritaria, ahora era un látigo, cada palabra cargada de una amargura palpable. Su rostro, cincelado por la tensión y la falta de sueño, no mostraba emoción alguna, un muro impenetrable contra el mundo. No hablaba