Los días que siguieron a la confrontación con Jae-hyun fueron un borrón indistinguible para Kang Ji-woo. El mundo exterior se desvaneció, reemplazado por la opresiva neblina de una depresión profunda. Su pequeño apartamento, antes un refugio, se convirtió en una prisión. Las cortinas permanecían cerradas, bloqueando la luz del sol que le recordaba la vida que seguía fuera, sin ella. Dormía, o intentaba hacerlo, por horas interminables, solo para despertar con el mismo dolor punzante en el pecho, las imágenes de Jae-hyun y Seo-yeon grabadas a fuego en sus párpados. Cuando no dormía, se quedaba mirando fijamente la pared, su mente un torbellino de reproches y auto-compasión. Las palabras de Jae-hyun, su desesperación, su “te amo”, se mezclaban con las de Seo-yeon y Mi-sook, creando una cacofonía ensordecedora en su cabeza. No podía distinguir la verdad de la mentira, la realidad de la manipulación. Todo se había vuelto un nudo inextricable de dolor. El apetito desapareció. Los sabores s