Desde la cena con el señor Dubois, una tensión diferente se había instalado en la oficina de Lee Jae-hyun. No era la tensión del miedo o el escrutinio, sino algo más sutil, casi imperceptible. Ji-woo seguía trabajando sin descanso, asumiendo cada tarea con la misma dedicación que la había caracterizado desde el primer día. Las horas seguían siendo largas, la presión constante, pero ahora, cada vez que miraba su escritorio o pasaba junto a su silla, Jae-hyun veía algo más que una empleada eficiente. La veía llegar temprano, mucho antes que la mayoría del personal, con su cabello siempre impecable y una energía tranquila. La veía lidiar con llamadas difíciles, no con exasperación, sino con una paciencia inquebrantable. Una vez, la escuchó consolar a una joven pasante que había cometido un error menor, no con consejos corporativos, sino con palabras genuinas de aliento, una empatía que era rara en el entorno despiadado de Haneul. Ji-woo no se quejaba, nunca. No hablaba de su vida persona
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