BIANCA
El silencio de la habitación era tan denso que Bianca podía escuchar el latido de su propio corazón. Sentada frente al ventanal de su despacho, contemplaba la ciudad de Palermo mientras la luz del atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados y rojizos. Sus dedos tamborileaban sobre el reposabrazos de cuero, marcando un ritmo irregular que reflejaba su inquietud interior.
Habían pasado tres días desde el enfrentamiento con Luca. Tres días en los que no había logrado conciliar el sueño por más de dos horas seguidas. Tres días en los que su mente reproducía una y otra vez cada palabra, cada gesto, cada mirada.
—Señorita Moretti —la voz de Alessia interrumpió sus pensamientos—. Marco está aquí con el informe que solicitó.
Bianca se giró lentamente, componiendo su rostro en una máscara de serenidad que distaba mucho de lo que sentía por dentro.
—Hazlo pasar.
Marco Ricci, uno de sus hombres más leales desde la muerte de su padre, entró con paso firme. A sus cuarenta y cinco años, la