LUCA
El whisky quemaba en mi garganta mientras observaba la ciudad desde el ventanal de mi apartamento. Las luces de Milán parpadeaban como estrellas caídas, indiferentes al caos que se gestaba en mi interior. Había pasado toda mi vida adulta construyendo una reputación basada en la lealtad, en ser el hombre que nunca falla, el guardaespaldas perfecto. Y ahora, con unas pocas palabras susurradas al oído equivocado, todo se desmoronaba.
—Bianca duda de ti —me había dicho Marco esta mañana, su voz un susurro conspirador mientras nos encontrábamos en el garaje de la mansión Moretti—. Ten cuidado, hermano. Está investigándote.
El vaso tembló en mi mano. Lo dejé sobre la mesa antes de que el temblor de rabia me hiciera romperlo. ¿Cómo podía dudar de mí? Después de todo lo que habíamos pasado juntos, después de las balas que había interceptado por ella, después de las noches en vela vigilando su puerta. Después de haberla sostenido mientras lloraba por Alessandro.
Cerré los ojos y la imagen