BIANCA
El silencio en la mansión Moretti era opresivo. Bianca observaba desde la ventana de su despacho cómo la lluvia golpeaba con furia los cristales, creando un ritmo irregular que parecía acompañar los latidos acelerados de su corazón. Habían pasado tres días desde el ataque en el restaurante, y la herida en su hombro, aunque superficial, le recordaba constantemente su vulnerabilidad.
La mansión se había convertido en una fortaleza. Había duplicado la seguridad, restringido las visitas y limitado las comunicaciones. La paranoia se había instalado en cada rincón de su mente, convirtiendo cada sombra en una amenaza potencial, cada mirada en una posible traición.
Bianca se sirvió un whisky y lo bebió de un trago, sintiendo el ardor reconfortante en su garganta. El vaso tembló ligeramente en su mano cuando lo depositó sobre el escritorio de caoba que había pertenecido a su padre.
—Alguien me vendió —murmuró para sí misma, repasando mentalmente la lista de personas que conocían su ubic