La lluvia continúa cayendo, solo que ahora su candencia es suave, ligera pero constante. Caterina camina pensativa, mientras escucha como el mar, oscuro y vasto, ruge con fuerza a la distancia, las luces amarillentas de las farolas titilan, proyectando sombras temblorosas sobre el empedrado húmedo del paseo marítimo a donde sus pasos la han llevado, sin detenerse a pensar en lo que buscaba.
Caterina camina sola y observa su empapado vestido de verano, el que lleva puesto desde hace más de dos días. Lleva horas despierta y su cuerpo empieza a sentir el efecto de la falta del sueño, tiene los ojos enrojecidos, está pálida, con el cabello mojado y el rostro húmedo y no solo por la lluvia.
La ciudad duerme, el mar y la lluvia hablan, las suaves gotas repican sobre el suelo mojado mezclándose con el ruido de las olas del mar.
¡Qué idiota soy! Todavía no puedo creerme todo lo que está pasando, no puedo creer que he vivido en una mentira durante tres años de mi vida.
Caterina se detiene y ob