LA OMEGA PERDIDA
LA OMEGA PERDIDA
Por: QUINN
1

Lo peor de ser Omega no es el dolor de la transformación ni la soledad que nos arrastra. Lo peor es saber que, en cualquier momento, alguien podría descubrir lo que realmente eres, y entonces ya no habría vuelta atrás. Siempre he vivido con ese miedo latente, una sombra que me acompaña y que jamás puedo ignorar, ni por un segundo.

He aprendido a ser invisible, a no destacar. La gente pasa por mí sin mirar, y ese es el único privilegio que me queda. Un simple roce con la multitud, un juego de sombras y susurros. Los Alfas, los dominantes, los cazadores, siempre a la espera de encontrarme, de marcarme, de reclamarme. Porque eso es lo que hacen con las Omegas. No somos más que objetos, propiedad, carne que ansían poseer. Y yo, durante años, he jugado a esconderme.

Mi vida está hecha de escapatorias y falsas sonrisas. Vivo en una ciudad donde los Alfas gobiernan con puño de hierro, donde las leyes del respeto y el dominio no existen, solo el poder. Mi trabajo, mis días, mis rutinas, todo ha sido diseñado para pasar desapercibida. Mi rostro es un disfraz, mis ojos un reflejo de calma, pero dentro de mí... dentro de mí hay miedo. Miedo a ser vista. Miedo a que alguien note que mi esencia es diferente.

Hoy, como cualquier otro día, he salido a la ciudad, con los ojos bien abiertos, el corazón acelerado, pero sin mostrar ni un ápice de inquietud. Caminar entre la multitud me da una sensación de anonimato, como si todo fuera normal, como si mi alma pudiera descansar. Pero, por supuesto, no es así. Nada es normal para alguien como yo.

Es un viernes común en la ciudad, las calles llenas de gente, el bullicio constante, el murmullo de conversaciones que se pierden en el viento. No espero que hoy sea diferente, no más que cualquier otro día. Pero en el fondo de mi ser, en esa pequeña chispa que nunca logro apagar, sé que algo está por cambiar. Mi instinto me avisa, me dice que la calma antes de la tormenta es más peligrosa de lo que parece.

Y entonces lo siento. Un frío que me recorre la columna vertebral. La sensación de ser observada. No es un sentimiento extraño para mí, es algo que he vivido toda mi vida. Pero este... este es distinto. Es como si el aire se hubiera vuelto más denso, como si el espacio a mi alrededor se hubiera comprimido, convirtiéndolo en un pequeño punto, una esfera donde no puedo escapar. Mis pies se detienen sin que yo los haya ordenado.

Lo miro. Un Alfa. Alto, imponente, su presencia se siente antes de que mi mente registre el rostro. Pero cuando lo hace, no puedo evitar tensarme. Ojos oscuros como la noche misma, con una intensidad que me perfora hasta lo más profundo. Un rostro anguloso, marcado por la dureza de un hombre que ha aprendido a gobernar, a dominar. Su mirada es fría, implacable, pero algo en la forma en que me observa me hace desear huir.

Me da miedo. Pero no lo suficiente como para moverme. La atracción que siento hacia él es tan fuerte como la presión que parece emanar de su cuerpo. Es algo que no puedo explicar. Como si mi alma, esa que tan cuidadosamente he tratado de ocultar, estuviera siendo llamada por algo más grande que yo. Algo que me arrastra, me consume.

Se acerca. No es un paso rápido, pero su ritmo es seguro. Como si ya supiera lo que va a suceder. Como si ya tuviera el control de la situación.

—Tú... —su voz, grave y profunda, raspa el aire entre nosotros. No hay saludo, no hay pregunta. Solo una afirmación.

Su palabra flota en el espacio, como una cuerda atada a mi muñeca. No necesito preguntar qué significa, ya lo sé. Él sabe lo que soy. El secreto que he ocultado por años ya no es mío. Lo ha visto. Lo ha percibido. Y ahora... ahora soy suya.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho. Siento como si todo mi cuerpo estuviera gritando, pidiendo escapar. Pero el miedo no es lo único que me detiene. Hay algo más, algo mucho más peligroso: una sensación indescriptible de que no podría huir aunque quisiera. Un lazo invisible se ha formado entre nosotros, y cada segundo que pasa me siento más atrapada, más vulnerable.

Me doy cuenta de que no puedo dar ni un paso atrás. Está demasiado cerca. Su cercanía me ahoga, la presión de su presencia me aplasta. Estoy paralizada, mi cuerpo tenso, mis pensamientos nublados.

—Eres mía —dice él, y aunque la frase podría ser solo una amenaza, en su voz hay algo que la hace sonar más como una promesa. Una promesa de que no me dejará escapar.

Esos ojos oscuros no se apartan de mí ni un segundo. Y en ese momento, el suelo bajo mis pies parece desvanecerse. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cómo se enfrenta uno a un Alfa como él, uno que parece saber más sobre mí que yo misma?

Mi instinto me grita que huya, que no lo mire, que me pierda entre la multitud. Pero mi cuerpo no responde. Estoy atrapada en su mirada, como una mosca en una telaraña.

—No puedes escapar —añade, con una calma aterradora. Como si estuviera disfrutando de mi lucha interna.

Eso lo hace aún más peligroso. No solo me ha descubierto, sino que también está disfrutando de mi debilidad, de mi miedo. El poder que emana de él me aplasta, me deja sin respiración.

—No tengo tiempo para esto —le respondo, mi voz más firme de lo que siento en realidad. Estoy perdiendo la batalla, y sé que él lo sabe.

Pero mi orgullo, mi necesidad de no ceder tan fácilmente, me hace seguir. Intento dar un paso hacia atrás, pero él me detiene con solo una mano levantada, un gesto sutil pero lleno de autoridad.

—No... —me dice con un tono bajo, peligroso. El espacio entre nosotros es tan pequeño que siento la electricidad en el aire.

No puedo mirar hacia otro lado, no puedo ignorarlo. La conexión entre nosotros es palpable, y lo peor de todo es que no sé si es odio, miedo o... deseo. Porque lo siento. Lo siento en cada fibra de mi ser.

El Alfa sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es una sonrisa de quien sabe que ha ganado, de quien sabe que, por mucho que intente resistirme, mi destino está sellado.

Y entonces, sin previo aviso, se acerca aún más, y el mundo alrededor de nosotros desaparece. Todo se reduce a sus ojos, a la tensión palpable, a la lucha interna que arde en mi pecho.

Estoy perdida.

Con un movimiento tan rápido que apenas puedo reaccionar, me toma del brazo, y no tengo otra opción que seguirle. Mis pasos son vacilantes, pero no hay forma de escapar. Él tiene el control.

Y en mi mente, una sola frase resuena como un eco: Mi vida como la he conocido ha terminado.

Porque el Alfa sabe lo que soy, y no tiene intención de dejarme ir.

Mis pies apenas tocan el suelo mientras me arrastra, como si fuera una muñeca de trapo que se mueve a su voluntad. Sus dedos son como hierro alrededor de mi brazo, no hay espacio, no hay respiro. La ciudad sigue su curso, pero a mí ya no me pertenece. Cada paso que da es una orden que me arrastra más cerca de algo que no puedo entender ni aceptar.

No sé qué es peor: la desesperación que me quema por dentro o el miedo a lo desconocido que cada vez se hace más fuerte. Lo único que sé con certeza es que lo que sea que vaya a suceder, no tengo control sobre ello. Mi destino está en sus manos, y esa certeza me consume como un veneno lento.

—¿Dónde me llevas? —mi voz es apenas un susurro, casi un murmullo, pero él lo oye, claro que lo oye. La pregunta se me escapa sin pensar, mi boca actuando antes que mi mente, una reacción instintiva, casi desesperada.

Él no responde de inmediato, como si la pregunta fuera irrelevante, como si la respuesta ya estuviera escrita en el aire. Solo puedo escuchar el eco de sus pasos resonando en la calle vacía, y el sonido de mi respiración acelerada. La presión en mi pecho no disminuye, al contrario, crece cada vez que me doy cuenta de lo que está sucediendo. Soy suya. Y lo sabe.

Finalmente, después de unos segundos que me parecen eternos, su voz baja, cargada de autoridad.

—A donde yo decida —dice con un tono que me recorre el cuerpo como un latigazo. No es una amenaza directa, pero lo siento como tal. Es una advertencia de que en este momento, yo no tengo más poder que el que él me permita tener.

Mi pulso late con fuerza, y aunque intento mantenerme erguida, la presión en mis hombros es insoportable. ¿Por qué me siento tan débil? ¿Por qué él tiene tanto poder sobre mí, incluso sin intentar? Hay algo en su presencia, en su mirada, que me desarma. Algo que me hace sentir como si fuera una niña atrapada en un mundo del que no sabe escapar.

La niebla que rodea mis pensamientos me hace querer luchar. Quiero zafarme, correr en la dirección opuesta, gritar, pedir ayuda, pero cuando miro hacia sus ojos, todo se congela. Él es como una tormenta inquebrantable, una fuerza de la naturaleza que no tiene nada que ver con la fragilidad que siento dentro de mí.

Mi mente trata de encontrar una salida, pero mis pies siguen siendo arrastrados por él. Cada paso que damos me acerca a un abismo desconocido, y siento cómo mi cuerpo responde, como si mi instinto estuviera tratando de huir, aunque mi alma ya haya caído en sus manos. Mis piernas tiemblan, pero no me atrevo a rebelarme. Hay algo en el aire, algo eléctrico, que me dice que cualquier movimiento en falso podría ser el último.

Finalmente, llegamos a un edificio alto, imponente, que parece estar fuera de lugar en medio de esta ciudad caótica. Tiene el aspecto de un lugar cerrado, apartado de todo lo que ocurre fuera de sus paredes. Mis ojos se abren de par en par mientras él me guía hacia una de las entradas laterales, una puerta oculta entre sombras.

—No me hagas más preguntas, Aurora. —Su voz se vuelve más grave, más controlada, y siento como si cada palabra fuera una soga que me envuelve más y más.

Es curioso cómo, en medio de todo esto, mi cuerpo parece haberse resignado. Hay una parte de mí que sigue luchando, que se pregunta cómo pudo haber llegado a este punto, pero hay otra que simplemente se ha dejado arrastrar. Tal vez es el miedo, tal vez la curiosidad, o tal vez el simple hecho de que nunca aprendí a escapar.

La puerta se cierra tras nosotros con un golpe seco, y el sonido resuena en mis oídos, como un eco vacío. El aire en este lugar es denso, diferente, y mi respiración se corta cuando la oscuridad parece tragarnos por completo.

—Estás en mi territorio ahora —dice él, y aunque no lo veo, puedo sentir su cercanía. Sus palabras son como un latigazo que corta la tensa quietud que me rodea. Es un recordatorio de que ya no estoy en el mundo que conocía. Estoy atrapada, y lo sé.

Siento cómo sus ojos me recorren desde donde está parado, aunque no puedo verlo. Todo lo que sé es que su presencia es tan abrumadora que me hace querer retroceder, desaparecer. Pero no puedo. Mis piernas no me obedecen, mi cuerpo se siente pesado y vulnerable. La vulnerabilidad no es algo que me guste experimentar, pero en este momento, no tengo otra opción.

De repente, da un paso hacia mí, y el sonido de sus botas contra el suelo resuena en mis oídos. Él está tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo, una amenaza constante que me recorre de pies a cabeza. El espacio entre nosotros se hace tan pequeño que puedo escuchar su respiración, controlada, profunda. Mi corazón late con más fuerza al darme cuenta de lo cerca que está.

—¿Sabes lo que eres? —su voz es suave, pero cargada de poder. Hay un filo en sus palabras, como si estuviera hablando más para sí mismo que para mí. No necesito preguntarme a qué se refiere. Ya lo sé. Sabe que soy Omega. Y eso me pone en una posición más vulnerable que cualquier otra.

No le respondo. No puedo. Mis labios están sellados por un miedo primitivo, uno que me paraliza y me hace consciente de la terrible verdad que se cierne sobre mí. Un Alfa como él podría destruirme en un abrir y cerrar de ojos, si así lo quisiera.

Puedo oír sus pasos acercándose aún más, y aunque quisiera retroceder, me quedo quieta, atrapada en su hechizo.

Finalmente, se detiene frente a mí. Está tan cerca que mi respiración se entrecorta al sentir su fuerza, su imponente presencia. Puedo ver la sombra de su rostro acercándose al mío.

—Te he encontrado, Aurora —susurra. Y en ese susurro, escucho algo más, algo que no logro entender completamente. ¿Es deseo? ¿Es poder? ¿Es control? No puedo decirlo, pero lo siento. Algo dentro de mí responde a esa cercanía, algo que me hace pensar que, tal vez, todo esto es inevitable.

Y entonces, sin previo aviso, sus dedos se mueven para alisar un mechón de mi cabello, un gesto suave que contrasta con la dureza de su voz. Es una caricia que me deja en shock, una caricia que me dice que, de alguna forma, él ya tiene todo lo que necesita de mí.

—Y ahora, no vas a poder escapar —termina, su voz más baja, más intensa.

Y en ese instante, lo sé. Ya no hay vuelta atrás.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App