2

El aire nocturno está cargado de algo que no puedo identificar, pero que me ahoga como si fuera veneno. Cada paso que doy me acerca a un destino que no puedo ver, pero siento. Mis piernas tiemblan, mis pulmones arden por el esfuerzo de correr, y aún así, mis pies no parecen querer detenerse. No sé cuánto tiempo llevo huyendo, no sé cuántas esquinas he doblado o cuántos callejones he atravesado. Todo lo que sé es que no hay un rincón lo suficientemente oscuro donde pueda esconderme de lo que está detrás de mí.

El Alfa. Él está allí, en algún lugar. Lo sé. Siento su presencia, una presión constante que me sigue hasta los rincones más recónditos de mi mente. Y lo peor es que, de alguna manera, lo deseo. La lucha interna es como una tormenta violenta, y aunque intento mantener el control, la verdad es que mi cuerpo responde a su llamado de una manera que no puedo evitar.

Pero, por encima de todo, está el miedo. Ese miedo que me consume cada vez que cierro los ojos, el miedo de que, tarde o temprano, él me encontrará. Y cuando eso suceda… no sé si estaré lista para lo que me tenga preparado.

Una figura familiar aparece ante mí, interrumpiendo mis pensamientos. La silueta de María, una amiga que no he visto en meses. Mis pasos se ralentizan, y por un momento, siento algo que no puedo reconocer. No debería estar parada aquí, no debería hablar con nadie, pero algo en sus ojos, esa mirada de preocupación, me hace detenerme.

—Aurora, ¿qué haces aquí? —Su voz es un susurro, pero tiene el poder de calarme hasta los huesos. Algo en su tono me hace saber que, en este momento, no hay espacio para las mentiras.

—Estoy…— vacilo. ¿Qué le digo? ¿Que estoy huyendo de un Alfa que ha descubierto mi naturaleza y que cada momento a su lado me arrastra más cerca del abismo? No. No puedo. — Solo necesito escapar, María.

Ella me observa con detenimiento, su mirada pasando de mi rostro a mis manos, como si pudiera ver más allá de lo evidente. Y entonces, su expresión cambia, se vuelve grave, tensa.

—Estás en peligro, Aurora. —Su voz se quiebra, casi imperceptible, pero suficiente para que mi cuerpo se tense. —Han desaparecido varios Omegas últimamente. Y todos han sido…

No termina la frase, pero no necesito que lo haga. Sé lo que está insinuando. Los Omegas desaparecen, y nadie sabe qué les sucede. Algunos murmuran sobre cazadores, otros sobre Alfas como él, que se sienten con el derecho de tomar lo que desean. Pero lo peor es que no hay nada más aterrador que el silencio que rodea esas desapariciones. La gente sabe, pero no habla.

Una oleada de pánico me recorre, y casi puedo escuchar el eco de sus palabras en mi cabeza. “Y todos han sido…” No sé si quiero saber el final de esa frase. No sé si estoy preparada para enfrentar la terrible verdad que se esconde en la sombra de este mundo.

—¿Estás segura? —pregunto, mis palabras saliendo más frías de lo que debería. Mi corazón late con fuerza, y mi respiración se acelera.

María asiente, su rostro pálido, tenso.

—No puedo decirte más, Aurora. Pero tienes que entender que, con él, no hay escapatoria. Es peligroso. Mucho más de lo que imaginas. —Sus ojos se endurecen, y por un segundo, veo el miedo en ellos. El miedo a algo que ni siquiera puedo comprender completamente.

Es entonces cuando una risa, grave y profunda, resuena en la oscuridad detrás de mí. Mi corazón se detiene, y un estremecimiento recorre mi cuerpo. Con el miedo, llega el reconocimiento. Lo sé. Él está aquí. El Alfa.

Me doy la vuelta rápidamente, pero antes de que mis pies puedan reaccionar, sus manos me agarran con una fuerza brutal, deteniéndome en seco. Sus dedos se ciñen a mi muñeca como si estuvieran hechos de hierro, y aunque intento zafarme, su fuerza es insuperable.

—Vas a aprender que no puedes escapar de mí, Aurora. —Su voz es un susurro amenazante, un murmullo que resuena en cada rincón de mi alma. El frío de su aliento me recorre la piel, y puedo sentir su cercanía, casi tangible. Mi cuerpo reacciona ante él, mi mente grita que huya, pero mis piernas siguen paralizadas.

—No puedes tenerme —susurro, más para mí misma que para él. Pero me doy cuenta de lo débil que suena mi voz. Lo débil que me siento.

Él sonríe, y la oscuridad que lo rodea parece intensificarse. Se acerca a mí con una lentitud casi calculada, disfrutando de cada segundo, de cada respiración entrecortada que sale de mis labios.

—Lo que quiero no es lo que crees. —Su tono es grave, imponente, y la forma en que me mira hace que me sienta como un animal acorralado, incapaz de escapar.

Me arrastra hacia él, y mi mente, que debería estar luchando por zafarme, comienza a sucumbir a una extraña fascinación. No puedo evitarlo. Él está tan cerca, tan… tan completamente absorto en su poder que hay algo, una chispa de algo, que me atrae, que me obliga a quedarme. Mi piel responde a su toque, y la confusión se instala en mi pecho como un nudo que no puedo deshacer.

—No me hagas ir por ti, Aurora. No quiero hacerlo. —Su voz se suaviza, pero el peligro sigue presente, latente en cada palabra.

El juego que estamos jugando se está tornando más peligroso, y no sé si estoy dispuesta a seguir. ¿Es esto una muestra de su control sobre mí, o realmente algo más? ¿Estoy tan perdida que me dejo llevar por él, por su presencia? No puedo dejar de preguntármelo. Algo dentro de mí responde, aunque no quiero admitirlo.

Mi mente gira entre el deseo de huir y la urgencia de quedarme. El miedo a lo que podría suceder si me quedo, y el miedo a lo que podría suceder si me voy. Estoy atrapada entre dos mundos, y ninguno parece ofrecerme una salida segura.

Finalmente, sus dedos se aflojan ligeramente alrededor de mi muñeca, pero sus ojos siguen fijos en los míos. La tensión en el aire es palpable, como si todo estuviera a punto de estallar.

—Puedo ayudarte —dice de nuevo, como si fuera lo más natural del mundo, pero lo dice con una calma aterradora, como si todo ya estuviera decidido.

Yo, sin embargo, no sé qué hacer. No sé si quiero que me ayude o si solo quiero escapar de él, de esta atracción que me consume, de este destino que parece seguirme a cada paso.

El aire parece cargarse aún más mientras me mira, esperando una respuesta que no tengo.

—Elige, Aurora. —La amenaza está clara en su tono. Y, en ese momento, sé que algo ha cambiado. Ya no hay marcha atrás.

Y aunque mi cuerpo quiere correr, mis pies no se mueven.

Es extraño, ¿sabes? Cómo el miedo se convierte en algo tan cotidiano que parece parte de ti. Como un peso invisible, una sombra que te sigue sin que nadie la vea, pero que tú sabes que está allí, al acecho. Mi corazón late más rápido de lo que debería, y mis pasos se apresuran, aunque no tengo adónde ir. El Alfa sigue acechándome, y aunque me esfuerzo por no pensar en él, su presencia está grabada en mi mente como una marca que no se puede borrar.

Miro por encima del hombro. Nada. No puedo evitarlo, necesito estar segura de que no está cerca. Pero lo que me inquieta es que, aunque no lo vea, sé que él está. El olor del aire ha cambiado, más pesado, más denso. Esa sensación en mi piel, esa vibración en el aire, me dice que está ahí, observándome, esperando.

Corro por las calles oscuras de la ciudad, mis pasos resonando en los adoquines, pero nada puede ocultar la fragilidad de mi situación. No soy más que una presa, y él, la bestia que está en busca de su caza. He aprendido a esconderme bien, a pasar desapercibida, a mimetizarme con la multitud, pero esta vez, algo me dice que no será suficiente.

Y entonces, me encuentro con ella. Clara. Mi amiga de toda la vida. El brillo en sus ojos, esa chispa que solía darme seguridad, ahora está opacada por la preocupación. Está más delgada, como si las semanas de terror que la ciudad ha vivido la hubieran consumido. Me mira, un destello de pánico en sus ojos, y antes de que pueda preguntar, ella lo dice.

—Aurora, han desaparecido más Omegas.

La noticia me golpea con la fuerza de una bofetada. Mis pies casi no pueden sostenerme, pero me las arreglo para mantener la compostura. Clara toma mis manos, sus dedos fríos me transmiten su miedo, un miedo que ya siento profundamente en mis huesos.

—Hay rumores. Nadie sabe nada, pero hay gente que dice que los Alfas están cazando, y... —su voz tiembla— ...y tú eres la última.

Mi respiración se acelera. No necesito que lo diga, lo sé. Lo siento. El Alfa, aquel con el que tuve el encuentro, el que me miró con esa mirada enloquecedora, no está lejos. Nunca lo estuvo. He sido una tonta por pensar que podría escapar de algo tan grande, tan... inevitable.

Mi mente se estremece, pero trato de mantener la calma. Clara no sabe lo que ocurrió anoche. No sabe lo que sentí cuando lo vi. La tensión entre nosotros fue palpable, como si el aire se volviera más denso, más cargado de algo que ni siquiera puedo describir. No sé si fue miedo o atracción, o tal vez ambas cosas combinadas. Pero lo que sí sé es que en sus ojos vi algo más que control. Vi una necesidad salvaje.

—Clara, ¿crees que… crees que podría... estar relacionado con todo esto? —pregunto, pero mi voz se quiebra, y en mi mente no hay duda alguna.

Clara asiente, su expresión grave.

—No lo sé, Aurora, pero sé que las desapariciones no son coincidencia. Algo grande está sucediendo.

Antes de que pueda decir más, el sonido de pasos resonando en la calle me corta. Mi respiración se vuelve más errática. Los latidos de mi corazón suenan como un tambor de guerra, y en mi mente, la imagen del Alfa se materializa. Sé que está cerca.

—Tienes que irte, Aurora. ¡Ahora! —exclama Clara, empujándome hacia una calle estrecha y oscura.

Mi cuerpo tiembla, pero no sé si es por el frío o por el miedo que se está apoderando de mí. Salgo corriendo, pero mis pensamientos no dejan de girar en torno a él. El Alfa. Su mirada, su voz profunda, su presencia. Él me ha marcado, y siento que no hay vuelta atrás.

Un ruido sordo se escucha detrás de mí, y mi estómago se revuelca. El miedo me paraliza, pero algo dentro de mí grita que no puedo detenerme, que debo seguir corriendo. Sin embargo, mis piernas ya no responden como antes. Estoy agotada, mi cuerpo está al límite, y sé que la diferencia entre escapar y ser atrapada es mínima.

En ese momento, lo escucho. El sonido de sus pasos. Lento, calculado, seguro. Está cerca.

Lo veo entonces, aparecer entre las sombras, su figura alta y dominante, el brillo de sus ojos se corta como una espada en la oscuridad. Siento su poder, su presencia invade cada rincón del callejón.

—Pensé que podías correr, pero... —su voz es como un rugido bajo, una promesa aterradora—. No eres tan rápida, Aurora.

El aire se carga de electricidad. Mis piernas tiemblan, pero me mantengo firme. No puedo darme por vencida. No puedo ceder.

—No voy a entregarme a ti —le digo, con más determinación de la que me siento capaz de reunir.

Él sonríe, un gesto oscuro, casi cruel.

—Eso es lo que dices ahora. Pero todos los Omegas se entregan al final, Aurora. Todos. Tú no serás la excepción.

Mi respiración se vuelve errática, y algo dentro de mí se agita. ¿Es miedo? ¿Es atracción? No lo sé. Pero lo que sí sé es que, aunque todo mi ser grite que huya, algo me mantiene anclada en el lugar. Esa sensación de ser presa, de ser observada, se mezcla con algo mucho más oscuro.

Él da un paso hacia mí, y mi instinto me grita que corra, que lo haga antes de que me alcance. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí está congelada, fascinada por lo que hay en sus ojos. Un deseo profundo, peligroso, algo que va más allá de lo que puedo comprender.

Mis músculos no responden. Estoy atrapada, y cada latido de mi corazón me recuerda lo lejos que estoy de mi libertad.

—Tienes una elección, Aurora —dice, su voz un susurro que parece recorrer mi columna vertebral—. Escapar... o ser mía.

En ese instante, sé que no importa lo que elija. Ya estoy marcada, y mi vida jamás volverá a ser la misma.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP