18

A veces el cambio no llega como una tormenta, sino como un amanecer. Sutil, silencioso… y repentino cuando te das cuenta de que estás envuelta en una luz nueva, diferente. Así me sentía ahora, mientras caminaba entre los árboles del territorio de la manada, con el aire cargado del olor de la tierra húmeda y los sonidos de una mañana que apenas despertaba.

Kael había salido temprano a patrullar con algunos de sus betas, y por primera vez en semanas, no sentí que su ausencia me aplastara. No porque no lo necesitara, sino porque, de alguna manera incomprensible, comenzaba a sentirme parte de esto. Parte de ellos. Parte de… él.

Una voz interna, sarcástica y algo rebelde, se quejaba: ¿De verdad te estás acostumbrando a vivir entre hombres-lobo musculosos y reglas arcaicas? La respuesta, por absurdo que sonara, era sí. Y todo tenía que ver con Kael.

Cada vez que sus ojos se posaban en mí, cada vez que me tocaba sin siquiera hacerlo —con una mirada, con su voz baja que tenía la maldita habil
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