No sabía que el silencio podía doler más que los gritos.
Pero ahí estaba yo, caminando por el borde del bosque, sola, con el teléfono apagado y la adrenalina todavía bombeando en mis venas como si estuviera huyendo de algo invisible.
O peor: de algo que sabía exactamente dónde encontrarme.
Después del mensaje, después de la mirada de Kael, después de su ultimátum velado… mi cuerpo actuó por instinto. Me alejé. Me protegí. Porque si había algo que la vida ya me había enseñado era que confiar era un lujo, y los lujos, tarde o temprano, se pagaban con sangre.
Pero estar fuera de su radar no me dio la paz que esperaba.
Solo me dejó sola con mis pensamientos. Y Kael, maldito Kael, seguía ahí. No en persona, pero sí en cada maldita esquina de mi mente.
Porque estaba enamorándome.
Porque lo odiaba por eso.
Me detuve cerca de un claro, donde el sol filtraba los últimos hilos de la tarde a través de los árboles. Podía oler la tierra húmeda, el perfume de la manada que flotaba en el aire… y alg