Le dolían los músculos del cuello y la presión en el pecho lo estaba torturando. ¿Cómo se suponía que iba siquiera a preguntar algo así? Su hermana debía estar loca si pretendía que abordara el tema con Emma con naturalidad, como quien comenta el clima.
Pero Emma percibió el cambio en él de inmediato.
—¿Qué sucede? —preguntó—. Pareces como si hubieras tragado algo descompuesto.
Él no pudo evitar imaginarla dañada. Sus ojos se apretaron con fuerza.
—¡No, no puedo! —estalló.
La furia lo consumía, aunque lo que realmente lo desgarraba por dentro era la culpa. ¿Cómo podía enviarla como carnada? Ella, que había sido la única en ser sincera, en no ocultarse ni disfrazarse detrás de juegos de poder, no había pedido nada para ella hasta ahora. Solo Emma había sido real.
Compararla siquiera con Francesca era un insulto. Esa bruja maldita ya hubiera sacado algún beneficio de eso.
No. No permitiría que ella formara parte de las estrategias calculadas de su hermana, por más que Ell