—Te sigo, querida —dijo él con sorna apenas contenida—. Voy justo detrás tuyo.
Ella se detuvo en seco y se giró con los ojos clavados en los suyos.
—Escúchame bien —espetó—. No tengo la menor intención de dar mi vida por la de él.
Ian alzó una ceja, pero no dijo nada. Ella continuó, con la voz baja pero afilada:
—Si estás aquí para matarlo, no me voy a interponer.
Ese imbécil ha estado moviéndose por su cuenta. Eso solo significa dos cosas:
O te teme más de lo que está dispuesto a admitir…
o está planeando algo que ni siquiera me ha confiado.
Francesca dio un paso al frente, ya sin máscaras, sin teatro.
—Y en ambos casos, estoy fuera.
Silencio.
El tipo de silencio que suele ser bastante revelador.
Ian la estudió por un momento. Ya no había rastro de arrogancia en ella, solo una fría determinación de quien ha elegido sobrevivir, no importa a quién tenga que dejar atrás.
—No tienes idea del gusto que me da haber abierto los ojos. No sé cómo pude ser tan estúpid