—Está bien… te llevaré.
Porque, aunque no lo creas, no sé cómo explicarlo —soltó al fin Francesca, con la voz rasposa, más dócil que arrepentida.
No sonaba del todo creíble.
Pero tenía un arma apuntándole y una pierna ensangrentada chillando a sus espaldas, así que optó por confiar.
O fingir que confiaba.
Ian no respondió de inmediato. Solo la observó.
Con los ojos fijos. y por supuesto sin creer de todo.
Ella sostuvo la mirada, altiva, pero ya no con esa soberbia de siempre . Tenía miedo,O al menos, la astucia de saber que era momento de recular.
—Muévete —ordenó él, con esa calma suya que asustó más que cualquier grito.
Francesca se puso en pie despacio. Elegante, incluso ahora. Siempre tan consciente de sí misma.
Pero Ian sabía que algo no cuadraba.
Podía ver cómo su cerebro trabajaba detrás de esos ojos maquillados.
Y esta vez… no iba a dejar que lo sorprendieran.
Bajaron las escaleras del edificio a paso firme, dejando atrás