—¿Qué pasa? —preguntó Emma, inclinando un poco el rostro, con mirada curiosa—. Pareces sumergido en tu propio mundo…
Ella observaba cada detalle suyo, estaba interesada.
Luego le sonrió, con una sonrisa limpia y encantadora que no había visto en otra persona, solo en ella.
Y él se sintió un imbécil. Por todo.
Por no haberla amado antes. Por no haberla elegido antes.
Por haber confundido belleza con lealtad, deseo con manipulación. Vaya que era distinta a todo lo que había conocido alguna vez.
¿Cómo pudo alguna vez menospreciarla por una víbora como su ex?
¿Cómo fue tan estúpido como para no ver lo que tenía frente a él?
La miró. Se obligó a quedarse en ese instante. A no dejar que el ruido volviera.
Y entonces sonrió también. No por obligación. No por costumbre. Sino porque ella lo merecía.
—Solo recordaba viejas cosas —murmuró, como si eso bastara para resumir sus errores.
Emma se acercó un poco más y le apoyó la cabeza en el hombro. No necesitaba detalles. Nunca