Los gritos incesantes de la mujer resonaron en las paredes del viejo deshuesadero.
—¡Ahhhhhhhhhh!
Evaristo permaneció inmóvil, aunque por dentro su corazón estaba lastimado. Sin embargo, no era algo que su pupila pudiera notar.
Nuevamente, más gritos desgarradores. Por fin decidió echar una mirada, justo en el momento en el que uno de sus hombres sumergía la cabeza de la chica en un contenedor de agua. La dejaba ahí un momento, y cuando la sacaba, ella lograba tomar una bocanada de aire, para después volver a sentir los toques de electricidad que recorrían furiosos su cuerpo.
Merecido lo tenía. Ella era parte de la organización y tenía un buen puesto. No supo en qué momento decidió traicionarlo. Se ganó la confianza de Alessandro Bianchi haciéndole creer que era su aliada, para después voltear a su propio hermano en su contra. Eso, ante los ojos de Evaristo, era lo peor que podía haber hecho.
El teléfono móvil sonó dentro de la chaqueta del guardaespaldas. Este lo sacó con p