Trescientas cuarenta y siete pares de ojos la juzgaban, pero solo un par la hacía sentir completamente desnuda.El salón del palacio era una exhibición de opulencia: columnas de mármol blanco, candelabros de cristal, suelo de mosaicos. Aria estaba al fondo, con su capucha cubriéndole el rostro. A su alrededor, las otras candidatas esperaban con vestidos que costaban fortunas y joyas que brillaban bajo las velas.Ella vestía un uniforme de sirvienta gris. Sin joyas. Sin perfume. Solo el olor a miedo.Los murmullos llenaban el espacio.—¿Escuchaste? El rey tiene días de vida.—El príncipe debe casarse antes de la coronación. Es la ley.—Dicen que es guapísimo pero frío como el hielo.No pertenezco aquí, pensó Aria, observando las manos perfectas de las mujeres. Pero tampoco pertenezco allá afuera, donde Viktor me espera.Las puertas se abrieron de golpe.El hombre que entró no caminaba, marchaba. Cada paso resonaba contra el mármol como un tambor de guerra. Alto, con hombros anchos que
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