Cargar con un oscuro pasado trae consecuencias, en algunos casos vergüenza. Quise ocultar el sol con un dedo e ignoré todos los consejos que me dieron las personas que me aprecian y perdí lo que más he amado en mi vida, perdí a mi salvación. No hay nada oculto entre el cielo y la tierra… no solo son palabras sabias, es una realidad. La vida me ha dejado en claro que no puedes levantar vigas solidas si lo haces en cimientos quebrados. Por eso debes aprender a caminar aceptando tus errores, ocultarnos solo te hace bajar la cabeza. Siento tanta vergüenza por mi pasado, que preferí ocultarlo y cuando ya no pude más, estaba envuelta en una red de mentiras que me ahogó por completo. Opté por el camino fácil y terminé dañando al hombre que adoro con el alma, avergoncé a mis padres y no tuve valor para mirar la decepción que debí causarle a mi hermana María Joaquina, lo que tanto temía salió a luz, ahora soy la decepción de la familia L’Charme Novoa y el error de José Eduardo Villalobos Daza. Ahora no sé si es mejor alejarnos… ¿Podrá el amor superar un terrible pasado?
Leer másLos brazos de José Eduardo rodeaban mi cintura, después de ese almuerzo quedamos con mucho sueño los dos, por eso decidimos encerrarnos en la habitación asignada y me alegró que fuera la última; así no escucharían nuestras locuras.
Tenía dos semanas de pasar con mucho sueño y una vez nos encerramos me quedé dormida. Al abrir los ojos vi que mi marido me tenía prisionera de sus brazos fuertes, le acaricié el cabello azabache, luego las cejas. Lo adoraba, desde que lo vi esa tarde ingresando con Alejandro a la casa de mi hermana Maju.
Desde ese entonces despertó en mí una extraña necesidad, porque no era la típica sensación de llevármelo a la cama. —En aquel entonces mi deseo estaba siendo controlado por los medicamentos que ya había iniciado a ingerir unos tres meses antes de conocerlo.
Debo aceptarlo, mi vida cambió desde que el padre Castro se presentó en mi vida, de hecho, desde que conocí del Creador. El haber encontrado la fe fue el inicio de mi recuperación. —Yo sabía de mi condición y por más que intenté controlarla desde muy joven, solo Dios pudo hacer el cambio, y luego al llegar José Eduardo sellé mi pacto con el Altísimo, lo vi como una recompensa, él para mí siempre será mi salvación.
Desde los catorce años supe que no era normal, había algo en mí y me desesperaba, por dos años soporté, y al investigar mis síntomas supe que sufría de hipersexualidad, la cual se incrementó cuando experimenté mi primera relación íntima con un compañero del colegio y calmó un poco ese malestar. Comencé a desarrollar una vida secreta, pero nada me saciaba, solo lo calmaba un orgasmo. A mis diecisiete años tuve el valor de ir a un médico por mi cuenta, comencé a medicarme y eso bajó por temporadas la necesidad de buscar placer.
Sin embargo, fracasé en cada tratamiento, mi dopamina causada por el placer era mayor, mi cerebro había generado demasiado de esa sustancia al tener un orgasmo que solo se calmaba teniendo más, era como el que desarrollaba un placer por la comida, por el cigarrillo, alcohol o drogas. Era consciente que había generado una adicción al sexo.
Mi error fue no hablarlo a tiempo con mi familia para que antes de tener relaciones pudiera haber sido controlado, lo que hice fue avivar más y sucumbir en el placer sexual. El problema es que si no te controlas la necesidad aumenta. Por eso llegué voluntaria, apenas cumplí la mayoría de edad a una agencia de prestar los servicios de placer por catálogo, en otras palabras, me convertí en una… prepago.
¡Qué estoy orgullosa de eso! Nunca lo he estado, por eso lo he ocultado y luchado por curarme. La sanación vino cuando desesperada en una crisis de depresión y me avergüenza decirlo, intenté quitarme la vida y por arte de magia el padre Castro lo impidió. Volví a recordar esa tarde, estaba al borde de lanzarme a un abismo a las afueras de Bogotá cuando el padre llegó.
—¿Se ve mejor la vista desde este punto de vista? —dijo el anciano a mi lado—. Sí. Se ve más bonito de este lado, Dios es perfecto, sabes, jamás me imaginé que el caminar buscando una gasolinera, iba a encontrar a una jovencita llena de vida que sabe apreciar estos momentos tan maravillosos como el admirar la naturaleza.
Me quedé mirando a ese anciano con cara de, ¿qué pasó aquí?, yo no quería eso, ni siquiera he mirado la vegetación.
» Mire, señorita, esas gaviotas. —señaló al horizonte, yo lo veía incrédula—. Tanto que me venía quejando porque el carro, ¿te puedes imaginar? Quedé sin gasolina, pero usted me ha enseñado una vez más que las cosas pasan por una razón. —extendió su mano.
» Mucho gusto, soy el padre Rafael Castro
En ese instante rompí a llorar, no supe el porqué, solo lo hice y no me di cuenta en qué momento había puesto distancia del abismo. Era inaudito que a mis veintiún años sintiera que mi vida no servía de nada, no tenía ningún motivo para hacer lo que hacía. Hija de una de las mejores familias de la ciudad, con dinero, con unos excelentes padres y una hermana a la cual adoraba. Después de un tiempo un pañuelo me fue extendido…
Mi celular me sacó de mis recuerdos, José seguía profundo, con cuidado salí de la cama y tomé el celular. Al ver el mensaje el mundo se volvió a caer. «¡¿Cómo carajos se averiguaba siempre mi número de celular?!» Ya no podía más, Rodrigo Cifuentes me volvía a amenazar.
Debía hablar con César, él me ayudó una vez… miré a mi esposo, tenía tanto miedo de perderlo, estos dos meses de viaje fuera de Colombia fueron tan maravillosos. —borré el mensaje, apagué el celular, volví a la cama en busca de los brazos de José Eduardo, no había sido fácil, pero Dios, los consejos y los trabajos sociales que el padre me ha conseguido, aparte del medicamento, los cuales ayudaron tanto.
Ahora era mi esposo quien me curaba a diario, yo no fui como mi hermana, mujer de un solo hombre, desafortunadamente fui muy diferente. Ahora tenía seis meses sin medicamento y que nada había pasado, podía decir que me había curado, con mi esposo era suficiente, ni en pensamiento le he sido infiel, desde que lo conocí, este hombre me llenaba de todas las manera y formas posible, era cierto que practicábamos sexo de manera activa, jamás me le negaba, pero no era solo sexo, desde un principio, José Eduardo generaba en mí una paz porque prefería más sus brazos protegiéndome a intimar. Por fin la balanza se equilibró.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Las seis de la tarde.
Seguíamos desnudos, era cierto que teníamos sueño, pero no dormimos hasta no disfrutar de nuestros cuerpos.
—¿Nos bañamos juntos mi Diosa? —Ese apodo me lo puso desde que hicimos el amor por primera vez.
—Solo bañarnos.
—Ni tú te lo crees. —dijo con picardía, mordió una parte de mi piel—. Te amo Patricia. —Su mirada cambió y me asusté.
—¿Qué pasa?
—Lo he estado pensando, creo que tanto tu ansiedad como la mía por tener un hijo es lo que nos está bloqueando. Por eso quiero adoptar.
Eso también me frustraba, por tanta medicación para bajar mi deseo podría haber creado una infertilidad, no lo había confirmado, temo que un doctor me diga que soy estéril. Pero estaba aferrada a Dios, solo él podía cambiar todo.
—Si tú quieres, por mi bien. —sonrió.
—La otra semana comenzamos con los trámites.
—Perfecto. —Nos besamos.
Nos saludamos entre todos. —Bueno, ya estamos todos. —comentó César, después de darnos la mano con los recién llegados. —¿Ustedes les pasaron los agradecimientos a Alejo? —Sí. Respondimos más de uno. Mi primo salió de su oficina, no tenía idea con lo que saldrá, pero vamos a quedar sorprendido con lo que este loco hizo. —Tengo la leve sensación, que nos vamos a arrepentir por haberte delegado el regalo de Fernanda. —Más de uno soltó la carcajada ante el comentario de César. —No será así. Por favor caballeros, vamos a la sala de juntas. Nos miramos entre sí, esto parecía prometer. Nos enfilamos a seguirlo y la secretaria contenía las ganas de reírse. ¡Carajos! —Creo que, si nos vamos a arrepentir, —habló David. Al ingresar no había nada. Salvo un atril con una manta negra. —¿Orjuela? —dijo Carlos—. No veo nada. —Qué poca fe me tienen. Se acercó al atril, quitó la manta y vimos un cuadro en alto relieve con una chancleta… Literalmente una chancleta en bronce, muy bien hecha, i
Abracé el cuerpo de mi esposa enfundado en una exquisita mini bata de seda. Ya no dormíamos desnudos, porque en cualquier momento se nos camuflaban dos princesas y trepaban por la cama para meterse en medio de los dos. Con mi nariz le acaricié su cuello, debía levantarme para ir a trabajar, —después de la celebración del matrimonio de mi tío. Esa parrada fue increíble, Alejandro terminó ronco de tanto cantar, la comida y en sí el estar en familia fue suficiente para hacer de la reunión una magnífica velada—. Nos concentramos en el trabajo, la familia y nosotros.El aroma de mi mujer era un hipnotizador llamado, jamás me cansaré de ella, nunca tenía suficiente… —hace dos días nos reunimos con Virginia para decirles cómo deseábamos la nueva casa, la cual será bastante grande, la vi feliz, aunque aún no sabemos qué hacer con la actual vivienda, pero algo estaba claro. Patricia no quería venderla. Por eso la conservaremos—. Besé su cuello, mis manos se acercaban a mi perdición… Pero salió
Nos habíamos quedado callados por varios minutos, mi hijo se había quedado dormido, luego de un gran suspiro hablé.—Es que las palabras, si hubiera, no existe. Por experiencia te lo digo primo, no existe, pero cuando eres el único culpable de haber perdido lo que amabas, se enraíza en tu ser la culpa hasta el punto de que jode el presente.—Entonces… ¿Lo de David es un mal de amor? No me salgan ahora que es por mi Bonita. —saltaron los celos de César y más de uno sonreímos.—¡No empieces!, sabes perfectamente la connotación de ese supuesto beso en ese entonces, ya fue aclarado que era para darte celos por lo que le hiciste. ¡Fin del tema! —Lo amonestó Alejandro—. Juré no decirlo, así como les tengo confesiones a cada uno de ustedes, tampoco faltaré a la que le hice a David.» Virginia también se compadece ante el tema, a mi Belleza le cuesta ver solo a un caballero, un poco menos atractivo que yo, siga solo. Sabemos que su pasado es un lugar grande, pero no le quita lo caballero que
Vamos rumbo a la finca de mis suegros. Si antes era feliz con Patricia, ¡Dios! Ahora lo que vivíamos y experimentamos era plenitud. Salimos muy temprano, Emmanuel iba profundo con sus hermanos, y yo conducía con la mano de mi mujer entre las mías. Miré por el retrovisor, ver al niño dormido me gustó mucho.—Lo has notado, ¿verdad? —afirmé.—Ya no anda tan precavido, ahora está confiando en nosotros.—Se siente seguro. Eso es gracias a ti José Eduardo. —Le di un beso en la mano.—No voy a negarte que me gusta mucho cuando Emmanuel ingresa al despacho a realizar las tareas a mi lado. O cuando mis hijas gritan en dúo ¡Eh papá! Y ¿dónde me dejas cuando Eduardo sale gateando a mi encuentro? Ahora no solo quiero llegar temprano a casa a besar a mi mujer, sino a estar con ellos. No concibo la vida sin ellos en este momento, se siente increíblemente, me siento pleno, Diosa.—Yo sí que menos, tres no nacieron de mí, pero los adoro de igual manera. —miró hacia atrás—. Me alegra tanto ver a Emma
José Eduardo, después de nuestro matrimonio por lo civil me dejó en la casa, él trabajaría todo el día, yo quedé de pasar por Emmanuel. Después de un largo beso pude salir del auto. Mis princesas me esperaban, corrieron a mi encuentro, también le di un beso a Eduardo José que gateaba feliz al verme. Era una sensación de regocijo tremendo.Me cambié de ropa y con mis tres hijos me fui al invernadero, las niñas pintaban; al verlas vi a Eugenia María acomodándose la pulsera que le había dado su padre una vez regresamos de Coveñas. Por primera vez me sentía realmente feliz; ya no tenía ese temor de que descubriera algo, o el miedo de que un hombre por hacer la maldad le dijera cosas inapropiadas a mi marido. Sin duda lo que tanto suele decir el padre, él siempre pregonaba una de las tantas frases que dijo el hijo de Dios. «La verdad os hará libres». Y ahora lo experimentaba en carne propia, ese refrán lo afirmaba con creces. Es cierto, el pasado no debe importar, siempre que no interfier
Estaba muerta del hambre, pero el deseo ganaba la partida, ya que descansábamos unos segundos y volvíamos al rin. El deseo ganaba, la necesidad de tenerlo dentro de mi cuerpo venció el cansancio y el hambre. No obstante, ya estaba agotada. Lo abracé contra mi pecho mientras descansamos de una larga y deliciosa sesión de sexo anal, acariciaba mi espalda, mientras yo quería meterme dentro de su piel para fundirme en su pecho.—Tengo hambre, Diosa, —solté una carcajada—. Mucha hambre, si no como voy a desmayarme. —Estaba igual.Habíamos pasado cuatro horas en donde solo nos poníamos al día de la abstinencia. Nos pedíamos perdón y reiniciábamos el placer. —Ingresemos a la casa. Yo también tengo hambre.—No quiero alejarte, —volví a reír—. No entiendo qué me pasa.—Esta clase de comida, —señalé nuestros cuerpos desnudos—. No quita el hambre. Al contrario, ocasiona más. Y al ritmo que vamos, quedaremos embarazados muy pronto, aún sigo asimilando el tener cinco hijos. —No tengo problemas
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