Mundo ficciónIniciar sesiónLa sangre nunca miente, pero los vivos sí.
El cuchillo presionaba contra la garganta de Lila, justo sobre su pulso. Una línea delgada de sangre corría por su cuello pálido.
—Suéltala —la voz de Aria salió ronca, quebrada—. Te daré lo que quieras.
Viktor sonrió, esa sonrisa terrible que Aria conocía demasiado bien.
—Oh, lo sé. Por eso estamos aquí, Princesa Arianna —pronunció su nombre real como si fuera veneno—. ¿Cuánto tiempo creíste que podrías esconderte? ¿Meses? ¿Años?
—¿Qué quieres?
—Información. Acceso. Secretos —Viktor apartó el cuchillo ligeramente, pero no lo guardó—. Este palacio guarda algo que mis empleadores necesitan. Y tú me lo conseguirás.
—¿Qué empleadores?
—Eso no te incumbe. Solo necesitas saber esto: cada día que pasa sin que me traigas lo que pido, tu hermana pierde un dedo. Después de los diez dedos, empezaré con otras partes.
Lila gimió detrás de la mordaza, sus ojos vendados llorando.
—Eres un monstruo.
—Soy un hombre de negocios —Viktor se encogió de hombros—. Tu padre me debía dinero. Mucho dinero. Antes de que su precioso reino ardiera hasta los cimientos. Considero que sus hijas son pago suficiente.
—Mi padre nunca...
—Tu padre era un apostador, querida princesa. Y un mal perdedor. ¿Por qué crees que tu palacio ardió tan fácilmente? Los hombres a quienes debía se cansaron de esperar.
Las palabras golpearon a Aria como puñetazos. No. Papá no...
—Mientes.
—Créelo o no, me da igual. Lo que importa es esto: mañana por la noche, entrarás al archivo real del palacio. Está en el ala norte, tercer piso, detrás de la biblioteca. Buscarás un documento. Planos arquitectónicos del palacio. Los antiguos, no los nuevos.
—¿Por qué planos arquitectónicos?
—No hagas preguntas. Solo obedece.
Viktor empujó a Lila hacia adelante. La chica cayó de rodillas, todavía amordazada y vendada.
—Puedes verla. Treinta segundos. Luego la llevaré de vuelta a su jaula.
Aria corrió hacia su hermana, cayendo de rodillas frente a ella. Con manos temblorosas, quitó la venda de sus ojos.
Los ojos verdes de Lila la miraron, llenos de lágrimas, terror y algo más: vergüenza.
—Lila —susurró Aria—. Te encontré. Estás viva.
Lila negó con la cabeza frenéticamente, intentando hablar detrás de la mordaza. Aria comenzó a quitarla.
—No hagas eso —advirtió Viktor—. Gritará. Y no queremos guardias aquí, ¿verdad?
Aria apretó los dientes pero obedeció. En cambio, tomó el rostro de su hermana entre sus manos.
—Te sacaré de aquí. Lo prometo. Solo... aguanta un poco más.
Lila asintió, más lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Se acabó el tiempo —Viktor agarró a Lila del brazo y la jaló hacia atrás—. Mañana por la noche. Medianoche. Jardín sur. Trae los planos o tu hermana empieza a perder dedos. ¿Entendido?
—Entendido.
—Ah, y Aria... si le cuentas a alguien sobre esto, si intentas pedir ayuda al príncipe o a ese perro guardián de Kieran Ashford, mataré a tu hermana inmediatamente. No dedos. No advertencias. Solo muerte.
Viktor se llevó a Lila, arrastrándola hacia las sombras del jardín. Aria permaneció de rodillas en el césped húmedo, viendo desaparecer a la única familia que le quedaba.
Cuando finalmente estuvo sola, se permitió llorar. Pero solo por dos minutos.
No hay tiempo para lágrimas. Tengo que pensar.
Aria regresó a su habitación justo cuando el sol comenzaba a salir. Se lavó la cara, se cambió a un vestido simple, e intentó verse como si hubiera dormido toda la noche.
Un golpe en la puerta.
—Adelante.
Una sirvienta entró.
—El Comandante Ashford solicita su presencia. Inmediatamente.
El estómago de Aria se contrajo. ¿Sabe algo? ¿Me vio en el jardín?
Siguió a la sirvienta por pasillos interminables hasta una oficina del ala norte. La puerta estaba abierta.
Kieran estaba de pie junto a una ventana, mirando hacia afuera. Vestía su uniforme completo ahora, perfectamente abrochado. Cuando se giró, sus ojos grises la evaluaron con esa intensidad que la hacía sentir desnuda.
—Siéntate.
Aria obedeció, tomando asiento en una silla frente a su escritorio. Kieran no se sentó. Permaneció de pie, caminando lentamente alrededor de ella como un depredador.
—Lady Verity Ashford sigue viva —dijo—. Apenas. Los médicos dicen que si despierta, será un milagro. Y si despierta, podrá decirnos quién la atacó.
—Eso es... bueno.
—¿Lo es? —Kieran se detuvo detrás de ella. Aria podía sentir su presencia, su calor—. Porque si despierta y dice que fue Lady Celeste, tendré que ejecutarla públicamente. Y si dice que fue alguien más...
Dejó la frase colgando.
—Yo no la ataqué.
—Lo sé.
Aria giró su cabeza, sorprendida.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estabas con el príncipe Cassian cuando ocurrió el ataque —Kieran rodeó la silla para quedar frente a ella—. Medio palacio los vio salir juntos de tu habitación. ¿Quieres explicarme qué hacía Su Alteza en tu habitación a medianoche?
Aria sintió calor subir a sus mejillas.
—Eso es... es privado.
—Nada es privado cuando hay una asesina suelta —la voz de Kieran se endureció—. ¿Dormiste con él?
—¡No!
—¿Te besó?
Silencio.
—Te besó —Kieran se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos en los brazos de la silla, atrapándola—. Y dejaste que lo hiciera. A pesar de que apenas lo conoces. A pesar de que eres candidata en una competencia donde todas las mujeres quieren su atención.
—No es de tu incumbencia.
—Todo lo que involucra al príncipe es mi incumbencia —sus ojos grises la taladraban—. Soy su protector. Y tú, Aria Valdés del misterioso sur, eres una amenaza.
—No soy una amenaza.
—Mentirosa —susurró, tan cerca que podía ver las motas doradas en sus iris—. Mientes con cada respiración. Tu nombre es falso. Tu historia es falsa. Todo sobre ti es una construcción cuidadosa. Y aun así, el príncipe cae a tus pies como un adolescente enamorado.
—Yo no pedí su atención.
—No. Pero la tienes. Y eso te hace peligrosa.
Se irguió, alejándose de ella. Aria pudo respirar de nuevo.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó—. Si crees que soy mentirosa, ¿por qué no me expulsas?
—Porque eres útil.
—¿Útil?
Kieran regresó a su escritorio y abrió un cajón. Sacó una daga ensangrentada envuelta en tela.
—Esto es lo que usaron para atacar a Verity. No un candelabro, como Lady Celeste afirmó. Una daga. Y las huellas en el mango coinciden con manos femeninas. Pequeñas. Delicadas.
Aria miró la daga con horror creciente.
—¿Crees que fue Celeste?
—Creo que alguien quiere que parezca accidente. Alguien inteligente. Alguien que conoce el palacio —sus ojos se clavaron en ella—. Alguien que tal vez no sea quien dice ser.
—Yo no la ataqué.
—Lo sé. Pero alguien lo hizo. Y esa persona escribió un mensaje: 'La próxima será la impostora'. ¿Crees que ese mensaje era para ti?
Sí. Absolutamente sí.
—No lo sé.
—Otra mentira —Kieran suspiró—. Escucha, Aria. O como sea que te llames. Te ofrezco un trato.
—¿Qué trato?
—Ayúdame a encontrar a la asesina. Observa a las otras candidatas. Escucha. Reporta cualquier cosa sospechosa. Y a cambio...
Hizo una pausa.
—A cambio, no investigaré tu pasado. Tus secretos permanecen secretos. Por ahora.
Aria procesó la oferta. Kieran le estaba dando una salida. Pero también la estaba atando a él.
—¿Y si me niego?
—Entonces investigaré cada detalle de tu vida. Y cuando descubra la verdad, porque la descubriré, te expulsaré públicamente. O peor.
No era realmente una opción.
—Acepto.
—Bien —Kieran asintió—. Puedes irte. Pero Aria...
Ella se detuvo en la puerta.
—Si te veo con el príncipe otra vez, en circunstancias... íntimas, ese trato se cancela. ¿Entendido?
Aria apretó los dientes.
—Entendido.
Salió de la oficina, cerrando la puerta más fuerte de lo necesario.
Perfecto. Ahora tengo dos hombres vigilándome. Viktor que exige que robe. Kieran que exige que espíe. Y Cassian...
No quería pensar en Cassian. En su beso. En la forma en que la había mirado como si fuera algo precioso.
No puedo tenerlo. No puedo tener a nadie.
El resto del día pasó en un borrón. Hubo sesiones de etiqueta con las otras candidatas. Celeste la ignoró completamente, pero Aria podía sentir sus ojos azules siguiéndola.
Al atardecer, mientras todas cenaban, Aria notó algo extraño. Una de las candidatas, una chica morena callada llamada Elena, estaba marcando algo en un pequeño cuaderno. Cada vez que alguien hablaba, Elena escribía.
¿Estará espiando también? ¿Para quién?
Después de la cena, Aria regresó a su habitación. Tenía horas antes de medianoche. Horas para planear cómo entrar al archivo real sin ser vista.
Un golpe suave en su puerta.
Abrió, esperando otra sirvienta.
Era Cassian.
Entró antes de que ella pudiera protestar, cerrando la puerta detrás de él.
—Tenemos que hablar —dijo.
—Cassian, no puedes estar aquí. Si Kieran se entera...
—Que se entere —Cassian la tomó de los hombros—. Aria, necesito saber. ¿Por qué me rechazaste anoche? Sentí... sentí algo entre nosotros. Algo real. ¿Lo sentiste tú?
Aria cerró los ojos.
—Sí. Lo sentí.
—Entonces ¿por qué...?
—Porque no puedo —abrió los ojos, y dejó que él viera su dolor—. Cassian, hay cosas sobre mí que no sabes. Cosas que si supieras...
—No me importa tu pasado.
—Debería importarte.
—¿Por qué? ¿Eres una asesina? ¿Una ladrona?
Ambas cosas pronto.
—Soy alguien que no puede darte lo que necesitas.
—Lo único que necesito es honestidad.
Esas palabras la atravesaron como flechas. Honestidad. Lo único que no podía darle.
—Tienes que irte.
—Aria...
—¡Vete! —gritó, empujándolo hacia la puerta—. Por favor. Solo... vete.
Cassian la miró con dolor en sus ojos ámbar. Luego asintió y salió.
Aria cerró la puerta y se deslizó al suelo, abrazando sus rodillas.
En seis horas, robaría del archivo real. Traicionaría al hombre que acababa de declararle sus sentimientos. Entregaría secretos a un monstruo que tenía a su hermana.
Y todo para sobrevivir un día más.
La sangre nunca miente, recordó las palabras de Viktor. Pero los vivos sí.
Y ella estaba viviendo la mentira más grande de todas.







