A medianoche, todos los palacios guardan secretos. Algunos valen más que tu vida.
Aria se deslizó el vestido negro de sirvienta por la cabeza, ajustándolo contra su cuerpo con movimientos precisos. La tela áspera rozaba su piel como una penitencia, recordándole lo que estaba a punto de hacer. No era una candidata a reina. No era una princesa fugitiva. Era una ladrona.
Una ladrona. Eso es lo que soy ahora.
Las once y cuarenta y cinco de la noche marcaban las manecillas del reloj en su habitación. Quince minutos. Tenía quince minutos para llegar al ala norte sin ser vista. Cerró los ojos y repasó mentalmente el mapa del palacio que había memorizado durante sus días aquí. Tres pasillos principales. Dos escaleras. El ala norte, tercer piso, detrás de la biblioteca.
Abrió su puerta con cuidado, asomándose al corredor. Vacío. Las velas en los candelabros proyectaban sombras danzantes contra las paredes de mármol. Se deslizó fuera, manteniéndose pegada a las columnas, moviéndose de sombra en