Mundo ficciónIniciar sesiónTrescientas cuarenta y siete pares de ojos la juzgaban, pero solo un par la hacía sentir completamente desnuda.
El salón del palacio era una exhibición de opulencia: columnas de mármol blanco, candelabros de cristal, suelo de mosaicos. Aria estaba al fondo, con su capucha cubriéndole el rostro. A su alrededor, las otras candidatas esperaban con vestidos que costaban fortunas y joyas que brillaban bajo las velas.
Ella vestía un uniforme de sirvienta gris. Sin joyas. Sin perfume. Solo el olor a miedo.
Los murmullos llenaban el espacio.
—¿Escuchaste? El rey tiene días de vida.
—El príncipe debe casarse antes de la coronación. Es la ley.
—Dicen que es guapísimo pero frío como el hielo.
No pertenezco aquí, pensó Aria, observando las manos perfectas de las mujeres. Pero tampoco pertenezco allá afuera, donde Viktor me espera.
Las puertas se abrieron de golpe.
El hombre que entró no caminaba, marchaba. Cada paso resonaba contra el mármol como un tambor de guerra. Alto, con hombros anchos que llenaban el marco de la puerta. Uniforme militar negro con insignias doradas. Una cicatriz atravesaba su ceja derecha.
Pero fueron sus ojos lo que capturó la atención de Aria. Grises como tormentas, penetrantes, capaces de ver a través de mentiras.
—El Príncipe Cassian no puede asistir hoy —anunció con voz que llenaba el salón—. Yo conduciré la primera eliminación.
Murmullos de decepción recorrieron el grupo.
—Silencio.
El silencio fue instantáneo. Nadie se atrevía a respirar fuerte.
—Mi nombre es Comandante Kieran Ashford, Jefe de la Guardia Real —continuó, caminando hacia el centro—. La futura esposa del príncipe no será solo una cara bonita. Será reina de Elaria. Debe ser más que bella.
Hizo una pausa.
—Debe ser astuta. Valiente. Leal hasta la muerte.
Sus ojos recorrieron el salón, catalogando cada rostro. Cuando llegaron al fondo donde Aria se ocultaba, se detuvo. Algo cambió en su expresión. Un ligero entrecerrar de ojos.
Aria sintió el peso de esa mirada como una mano física.
—Comenzaremos de inmediato —dijo Kieran—. La primera prueba es simple. Díganme, una por una, por qué merecen ser reina de Elaria.
Una mujer rubia dio un paso adelante.
—Por mi linaje noble, Comandante. Soy Lady Isabella de Northmere, descendiente directa de...
—Siguiente.
El rostro de Lady Isabella palideció.
—Pero... no terminé de...
—Siguiente.
Un guardia la escoltó fuera mientras protestaba entre lágrimas.
—Por mi belleza incomparable —ofreció la siguiente.
—Siguiente.
—Por mi educación en las academias más prestigiosas...
—Siguiente.
—Por la fortuna de mi familia...
—Siguiente.
Pasaron quince minutos brutales. Kieran era una máquina de eliminación. No ofrecía explicaciones, no mostraba piedad. Solo esa palabra repetida: "Siguiente."
Los llantos llenaban el pasillo exterior. Algunas suplicaban, otras gritaban. Kieran permanecía impasible.
Cuando se detuvo, solo quedaban cincuenta candidatas.
Sus ojos se posaron en Aria.
—Tú. La del fondo con capucha.
Todas las cabezas se giraron. Aria bajó la capucha lentamente.
Gasps audibles. Su rostro era un mapa de violencia: moretón púrpura en la mejilla, labio partido, rasguños en la frente.
—Nombre —ordenó Kieran.
—Aria Valdés.
—¿De dónde vienes?
—Del sur.
Kieran entrecerró los ojos ante la vaguedad.
—¿Por qué mereces ser reina?
Aria respiró hondo. Podía mentir, decir algo apropiado. Pero había aprendido que la seguridad era ilusión.
—No merezco serlo.
El silencio fue absoluto. Kieran ladeó la cabeza.
—Explícate.
—Nadie merece nada por derecho —las palabras fluían de un lugar profundo—. Todo se gana con acción. Con sacrificio. Con sangre si es necesario. Los títulos no hacen a una reina. Las acciones sí.
—¿Y qué has hecho tú para ganártelo?
Aria levantó su barbilla.
—Sobreviví. Y seguiré haciéndolo cueste lo que cueste.
Kieran comenzó a caminar hacia ella. Cada paso deliberado, lento. Las candidatas se apartaron, creando un pasillo directo. Aria quería retroceder, pero sus pies permanecieron clavados.
Se detuvo a centímetros de ella. Tan cerca que Aria podía ver motas doradas en sus ojos grises.
—Estás herida —observó con voz baja, solo para ella.
—Estoy viva. Es suficiente.
—¿Quién te lastimó?
—Hombres que ya no me pueden tocar.
Kieran la estudió durante un momento eterno. Sus ojos recorrieron cada moretón, cada corte.
—Interesante —murmuró.
Se alejó, girándose hacia el salón.
—Aria Valdés. Quédate.
Los murmullos de indignación fueron inmediatos.
Kieran no les prestó atención. Ya caminaba hacia la salida, dejando tras de sí un salón lleno de mujeres conmocionadas.
Dos horas después, Aria caminaba por los pasillos hacia su habitación asignada. Sus piernas temblaban de agotamiento y alivio.
Pasos ligeros detrás de ella. Se giró.
Una mujer que parecía esculpida por dioses. Cabello rubio dorado cayendo en ondas perfectas. Ojos azul cristalino. Piel de porcelana. Vestido de seda azul pálido.
—Así que tú eres la... interesante —dijo con voz melodiosa pero afilada.
—¿Nos conocemos?
—Todas te conocemos ahora. La chica golpeada que no merece nada pero se quedó. Soy Lady Celeste Fontaine.
—¿Tienes un punto?
La sonrisa de Celeste se amplió.
—Directa. Me gusta. Bien, seré honesta contigo, Aria Valdés, si es que ese es tu nombre real.
Sus ojos recorrieron los moretones de Aria.
—No sé quién eres. No sé de dónde vienes. Pero sé reconocer a una impostora —se acercó más—. Y quiero que sepas algo importante: Kieran Ashford es el perro guardián del príncipe. Nada sucede aquí sin que él lo sepa. Si tienes secretos...
Hizo una pausa dramática.
—Los encontrará. Y cuando lo haga, te destruirá. No porque sea cruel, sino porque esa es su función. Proteger al príncipe de amenazas. Y tú, querida, hueles a amenaza.
Celeste se dio la vuelta, su vestido susurrando contra el suelo.
—Un consejo de mujer a mujer: vete ahora, mientras puedas. Este lugar devora a chicas como tú. Y cuando termina, no queda nada que valga la pena enterrar.
Con esas palabras, desapareció por el pasillo, dejando solo el rastro de su perfume.
Aria se quedó sola, sus piernas cediendo. Se deslizó por la pared hasta quedar sentada.
Tiene razón. ¿Cuánto tiempo antes de que Kieran Ashford descubra quién soy? ¿Cuánto antes de que Viktor entre?
No tenía respuestas. Solo miedo y la certeza de que había cambiado una prisión por otra.
En una oficina del ala norte, Kieran estaba sentado tras un escritorio, observando un expediente delgado.
"Aria Valdés - Candidata #347"
Datos vagos. Información inconsistente. Ningún registro de nacimiento en el sur. Ninguna familia con ese apellido. Era como si esta mujer hubiera aparecido de la nada.
Sus dedos tamborilearon sobre el escritorio.
—Mentirosa —murmuró, cerrando el expediente—. Esto se pondrá muy interesante.
Se levantó y caminó hacia la ventana que daba al jardín este. Allí estaba ella, sentada sola contra una pared, abrazando sus rodillas.
Aria Valdés, quien no era quien decía ser. Aria Valdés, quien había sobrevivido a algo terrible. Aria Valdés, quien mentía con cada respiración pero cuyas palabras en el salón habían sido la única verdad pura.
—¿Qué escondes? —susurró al cristal—. Y más importante... ¿por qué quiero protegerte en lugar de expulsarte?
No tenía respuesta. Pero Kieran Ashford siempre encontraba respuestas. Y esta vez, las respuestas cambiarían todo.
Aria finalmente se levantó del suelo y caminó hacia su habitación. El número 47 estaba grabado en una placa dorada.
Abrió la puerta y se detuvo en seco.
La habitación era enorme. Una cama con dosel de seda azul dominaba el centro. Ventanas altas ofrecían vista a jardines. Un baño privado con tina de mármol. Y un armario...
Cuando abrió las puertas, encontró hileras de vestidos. Sedas, terciopelos, gasas. Todos de su talla exacta.
¿Cómo sabían mis medidas?
Se acercó al espejo. La mujer que la miraba era una extraña. Cabello enmarañado, rostro golpeado, ojos que habían visto demasiado.
¿Qué estoy haciendo? No puedo ser reina. Apenas puedo ser persona.
Las lágrimas comenzaron a caer. Era la primera vez desde su escape. Se permitió cinco minutos. Cinco minutos para ser débil.
Luego caminó al baño y se lavó la cara con agua fría.
No hay tiempo para lágrimas. Viktor sigue ahí afuera.
Se sentó en la cama, el cuerpo exhausto pero la mente demasiado alerta para dormir.
Mañana comenzaría el verdadero juego. Mañana conocería al príncipe que buscaba esposa. Mañana...
Un golpe en la puerta la sobresaltó.
—Adelante.
Una sirvienta entró con una bandeja.
—Su cena, señorita. Y un mensaje del Comandante Ashford.
Dejó un sobre sellado junto al plato y salió.
Aria miró el sobre con desconfianza. Lo abrió con manos temblorosas.
Una sola línea escrita con letra firme y masculina:
"Todos tienen secretos. Los tuyos son particularmente peligrosos. Hablaremos pronto. - K.A."
El sobre cayó de sus manos.
Kieran sabía. O al menos sospechaba.
El juego había comenzado, y Aria ya estaba perdiendo.







