Hay besos que salvan vidas. Y besos que las condenan. Este era ambos.
Los labios de Kieran se movían contra los de Aria con una ferocidad que le robaba el aliento. No era gentil. No era explorador. Era conquistador. Sus manos apretaban su cintura con fuerza suficiente para dejar marcas, jalándola contra su cuerpo como si quisiera fusionarse con ella.
Aria sabía que debía pensar, debía actuar, debía aprovechar la distracción. Pero su cuerpo traicionero se derretía bajo el asalto de sus labios, respondiendo con un hambre que no sabía que poseía.
Los planos. Suelta los planos.
Con dedos temblorosos detrás de su espalda, dejó caer los documentos robados silenciosamente. El suave susurro del pergamino cayendo sobre mármol fue ahogado por el gemido involuntario que escapó de su garganta cuando la lengua de Kieran reclamó su boca.
Aria movió su pie discretamente, pateando los planos bajo la mesa cercana justo cuando Kieran la giraba bruscamente, presionándola contra la pared fría del corredo