El jardín sur estaba bañado por la luz plateada de la luna cuando Aria llegó. Viktor estaba apoyado casualmente contra la fuente central, y junto a él, sentada en el borde de piedra con las manos atadas y la boca amordazada, estaba Lila.
Al ver a su hermana, el corazón de Aria se encogió. Lila tenía un moretón nuevo en su mejilla, sus ojos verdes brillaban con lágrimas no derramadas.
—Puntual —dijo Viktor con sonrisa burlona—. Bien. ¿Los trajiste?
Aria sacó los planos de debajo de su vestido y se los extendió. Viktor los agarró ávidamente, desenrollándolos para examinarlos bajo la luz de la luna. Sus ojos se movían rápidamente sobre el pergamino, su sonrisa ampliándose con cada segundo.
—Perfecto. Exactamente lo que necesitaba.
—Ahora suelta a mi hermana —exigió Aria—. Cumplí mi parte del trato.
Viktor rió, un sonido desagradable que raspaba contra sus oídos.
—Oh no, princesa. Todavía te necesito. Esto fue solo un aperitivo.
—¡Dijiste que si traía los planos, la soltarías!
—Dije que n