: Llamadas sin respuesta
Cuando por fin las puertas se abrieron, Cristina salió con paso apresurado. Necesitaba la seguridad de su oficina, su espacio, su refugio.
Cruzó el pasillo y, al doblar la esquina, vio a su secretaria y a Jessica conversando frente al escritorio.
—Buenos días, señora Cristina —dijeron al unísono al verla llegar.
Cristina forzó una sonrisa.
—Buenos días, chicas —respondió mientras entraba a su despacho.
Dejó el bolso sobre el sofá, se quitó la chaqueta y se sentó frente a su escritorio. Se quedó allí unos segundos, en silencio, mirando la pantalla apagada de su computadora. La respiración aún le temblaba.
Por fin, suspiró profundamente y se recostó en la silla.
Poco después, Jessica entró con su libreta en la mano y cerró la puerta tras ella.
—¿Qué sucede? —preguntó con tono suave, notando de inmediato la expresión abatida de su jefa—. ¿Te sientes bien?
Cristina levantó la vista, con los ojos ligeramente enrojecidos.
—No lo sé, Jessica —respondió con voz apagad