— El espejismo del perdón Cristina caminaba sin rumbo fijo, con la lluvia empapándola por completo. Sus pasos resonaban en el pavimento mojado, perdidos en el estruendo de los truenos. El cielo oscuro parecía reflejar su alma: turbulento, desgarrado, sin un rayo de luz. —Todo terminó… —murmuró, apretando los dientes mientras sus lágrimas se confundían con las gotas de lluvia—. Mi vida entera… se acabó. El viento soplaba con fuerza, enredando sus cabellos y obligándola a abrazarse a sí misma. Sentía frío, pero el verdadero hielo estaba en su corazón. Avanzó hasta llegar a la estación de tren, un lugar donde las personas iban y venían apresuradas, buscando refugio de la tormenta. Ella, en cambio, se quedó quieta, como un alma extraviada entre la multitud. De pronto, la desesperación la venció. —¡Eres una tonta, Cristina! ¡Una tonta! —gritó con todas sus fuerzas, sin importar las miradas extrañadas de quienes la rodeaban. Cubrió su rostro con ambas manos, sollozando. Y fue entonces
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