Ámbar
No puedo seguir enfadada después de esa tremenda confesión, pero decido evadirme un poco y bajar a desayunar con los niños, que se muestran muy alegres. David y yo compartimos algunas miradas y sonrisas cómplices, lo que aumenta un poco mi sentimiento de culpa.
Por un lado, sé que soy una adulta responsable y que puedo hacer lo que quiera con mi vida. Sin embargo, pienso en todo lo que hice para librarme de mi matrimonio y no me parece coherente volver a lo mismo.
—No tenemos que volver a lo mismo —me dice David mientras observamos a los niños jugar en el jardín—. No somos las mismas personas.
—Tengo que pensarlo —respondo, mirándolo de nuevo—. Es…
—Sí, y yo lo respeto —sonríe.
David me toma de la mano, haciéndome estremecer. Puede que ya haya confesado lo que siente y quiere, pero sigue poniéndome nerviosa. Todavía no puedo creer del todo que quiera volver conmigo.
—Hoy volveré a casa, tengo que reportarme con Ana y con Ruth —le digo, lo que borra la sonrisa de David, que se