Ámbar
La luz que se cuela por la ventana de la habitación es lo que me hace despertar. No me sobresalto al ver a David mirándome como si fuese lo más hermoso del mundo, ya que tengo muy presente que tuvimos sexo como locos hasta que caímos rendidos.
También soy consciente de que fue la cogida más increíble de toda mi vida.
—Buenos días, Pecas —susurra, pasando el dedo por una de mis mejillas—. Supongo que ahora querrás escaparte y fingir que esto no pasó.
—Supones bien con la parte de escaparme, pero no la de fingir que nada pasó —respondo con seriedad, sin moverme todavía—. No estuvo bien, David. Si nos divorciamos fue porque…
—Porque me equivoqué y fui un idiota —me interrumpe, perdiendo el buen humor.
—Sí —asiento—, pero creo que ya no lo eres. Al menos eso espero.
—Un poco, sí —admite con una sonrisa—. Todavía tengo fallos como padre.
—Ada llegó enojada el fin de semana pasado porque no le hiciste las trenzas como le gustan —digo riendo—. Eres terrible.
—Lo lamento, hice lo que pu