Ámbar
—¿Esto es en serio? —me pregunta Joshua cuando viene a verme a la oficina y hablamos de lo que pasó estos días—. ¿Te volviste a encontrar con ese infeliz?
Su expresión de rabia es algo que ya me esperaba, pero no por eso deja de molestarme. No esperaba aprobación, pero que me mire con tanto desagrado, como si hubiera cometido el peor de los pecados, me parece el colmo.
—Te agradecería que no te expresaras así —le pido—. En todos estos años, David ha sido un buen padre para los niños y no ha hecho nada para acercarse. De hecho, nuestra relación es cordial.
—Ahora resulta que lo halagas —resopla, agitando los brazos—. Vaya, parece que se te olvidaron todas las estupideces que te hizo y cómo te lastimó. Ni siquiera merecía formar parte de la vida de Ada y Daniel, pero cediste a sus caprichos.
—Joshua, te quiero mucho, pero te pido que te calmes. No me gusta que hables de esa manera, que no confíes en…
—Por supuesto que no confío —dice furioso—. No tomas buenas decisiones cuando se