Ámbar
David me abre la puerta de su camioneta cuando nos encontramos afuera del edificio. Antes de entrar, me aseguro de que nadie me vea y me subo rápidamente.
—Es impresionante todo lo que lograste en tan poco tiempo —me dice David mientras conduce—. Te felicito.
—Gracias —respondo con una leve sonrisa, entrelazando los dedos para calmar mi ansiedad—. Anoche me fui, así que no supe. ¿Resolviste el tema del insecto?
—¿Cuál insecto? —pregunta distraído, y mi corazón se acelera.
—El de la sopa.
—Ah, eso —gruñe—. Lo siento, pero quería borrar ese recuerdo de mi mente.
—¿Qué clase de insecto era, David?
¿Puedo ser más ridícula y más obvia? No lo creo. Siempre soy sutil para hacer averiguaciones, pero con este hombre, todas mis virtudes se convierten en nada.
—¿Yo qué voy a saber? Solo era algo negro con pequeñas patas.
Me llevo una mano a los labios, sintiendo mucho asco. Aunque puede que ese insecto no haya existido, no deja de asquearme la idea de comer algo y encontrarlo.
—Qué as