Gustavo
Los párpados me pesan mucho y no soy capaz de abrir los ojos, pero sí de sentir la pequeña cintura que rodeo con los brazos. A pesar de que todo fue muy violento, logré controlarla y los dos terminamos estallando en cuanto llegamos en la habitación.
He pasado por muchos cuerpos, y seguramente ella también por otros, pero nada se compara a cuando estamos juntos. Sentí que me vaciaba como hace años no lo hacía.
—Buenos días, cariño —susurro.
—¡Ay, no! —grita Ruth, saliendo de la cama tan rápido que termina cayéndose.
—¡Carajo! —mascullo mientras me levanto para ir a ayudarla.
—¡No, no me toques! —exclama, levantándose.
Me muerdo los labios. Sus pechos, que son más grandes de lo que recordaba, rebotan y eso tiene consecuencias en mi erección mañanera, que se endurece más.
Ruth también se da cuenta y su expresión se descompone. Ninguno de los dos es fuerte cuando estamos así.
—Sí, estás bueno, pero te advierto que esto no volverá a pasar —me dice, desviando la mirada.
—Pero claro