El jet privado Moretti aterrizó en el aeródromo de North Las Vegas como un halcón plateado descendiendo sobre la ciudad deslumbrante. La puerta se abrió, liberando una bocanada de aire acondicionado perfumado.
Salvatore Lombardi descendió primero, su traje impecable de lino oscuro una armadura contra el caos que sabía los esperaba. Sus ojos grises, fríos como el acero templado, barrieron la pista antes de volverse para ayudar a Alessa. Ella tomó su mano con una firmeza que contrastaba con su vestido de viaje elegante pero funcional. Su mirada azul, normalmente cálida, estaba nublada por una preocupación que tensaba las comisuras de sus labios.
Isabella Moretti salió tras ellos, su traje pantalón negro perfectamente planchado, el moño severo intacto tras horas de vuelo. Sus ojos ámbar, escudriñaron el horizonte urbano como un estratega evaluando un campo de batalla.
Un Bentley Negro esperaba, motor en ralentí. Junto al vehículo, apoyado con una elegancia despreocupada contra el capó