El Bentley negro se detuvo frente al imponente Ápex Hotel con la brusquedad de un halcón clavando sus garras. Salvatore Lombardi salió primero, su traje impecable de lino oscuro una armadura contra la ira que hervía bajo la superficie. Sus ojos grises, escanearon el lujoso lobby con la frialdad de un radar buscando amenazas. Alessa lo siguió, su elegancia serena una bandera de calma en medio del torbellino que ambos sabían se avecinaba. Sus pasos resonaron sobre el mármol pulido, un eco de autoridad que hizo temblar al joven recepcionista tras el mostrador de ónix.
El chico, un veinteañero de rostro pálido y corbata impecablemente anudada, se puso rígido al reconocer a Salvatore. Tragó saliva con dificultad, sus dedos temblorosos sobre el teclado de la computadora.
— B-buenas tardes, señor Lombardi — farfulló, inclinándose levemente en un gesto automático de respeto teñido de miedo.
Salvatore se apoyó en el mostrador con la elegancia deliberada de un depredador midiendo a su presa. El