El portazo de la enorme puerta de roble resonó como un disparo en el silencio helado del vestíbulo de la mansión Volkov. El sonido apenas amortiguó el grito agudo y destrozado de Sasha, una ráfaga de veneno dirigida a los guardias inmóviles que flanqueaban la entrada como estatuas de ébano.— ¡¿Estaban ciegos?! ¡¿Sordos?! ¡Inútiles! ¡Traidores! — escupió, su voz temblaba, no de miedo, sino de una rabia impotente que la envenenaba por dentro. Señaló con un dedo acusador, tembloroso, a cada rostro impasible. — ¡Estaban ahí! ¡Vieron cómo ese mocoso insolente me mancilló! ¡Y ninguno movió un dedo! ¡Son basura! ¡Basura mal pagada que debería estar de rodillas pidiendo perdón! — Su aliento salía en jadeos cortos, el vestido de seda de su bata se había desajustado, revelando un escote palpitante de furia.Los guardias, Serguéi a la cabeza, mantenían la mirada fija al frente, más allá de ella, hacia la nada. Ni un músculo se tensó. Ni un parpadeo traicionó emoción alguna. Su lealtad no era a
Leer más