El día comenzó con una opresión distinta, más pesada que el cansancio habitual. No era solo miedo; era la sensación de estar siendo empujada desde varios frentes al mismo tiempo, como si el espacio para respirar se estuviera reduciendo sin que nadie se molestara en avisarme. Caminé por la ciudad con la cabeza baja, sintiendo cada paso como una negociación silenciosa con el mundo: todavía puedo, todavía aguanto. Pero incluso esas frases empezaban a sonar huecas.
Damian llamó antes del mediodía. No contesté de inmediato. Dejé que el teléfono vibrara sobre la mesa, como si así pudiera retrasar lo inevitable. Cuando finalmente atendí, su voz no tenía nada de la calidez que alguna vez conocí. Era filosa, impaciente, cargada de una sospecha que me heló la sangre.
—Esto está yendo demasiado lento —dijo sin rodeos—. Te pedí avances, Viatrix. No miradas, no silencios incómodos. Avances.
Me apoyé contra la pared del pasillo del edificio, cerrando los ojos para no dejar que el temblor se filtrar