13: Un Gesto Inesperado

Después de esas palabras, Gael no exigió nada. No pidió una respuesta, no buscó una confirmación, no esperó una promesa. Simplemente abrió la puerta del auto y me indicó que subiera, como si la conversación hubiera terminado por decisión suya y no quedara nada más que decir. Durante el trayecto no hablamos. El silencio no fue incómodo; fue deliberado, pesado, cargado de algo que todavía no sabía nombrar. Yo miraba por la ventana, intentando ordenar el caos en mi cabeza, mientras él conducía con la misma calma impenetrable de siempre, como si nada de lo ocurrido hubiera alterado su centro.

Cuando llegamos a mi edificio, el contraste fue brutal. El auto caro detenido frente a la fachada gastada, los ladrillos húmedos, la luz amarillenta del foco de la entrada parpadeando como siempre. El casero estaba allí, apoyado junto a la puerta, fumando con gesto tenso. Nos vio llegar y sus ojos se iluminaron de una forma que no me gustó. Gael se quedó en el auto; no bajó, no intervino, no miró al
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