Guido dio un paso al frente, incapaz de controlar toda la emoción que lo embargaba. Su pecho subía y bajaba con intensidad, y un profundo suspiro que se asemejaba a un sollozo salió de sus labios. Sus ojos llenos de lágrimas se fijaron en el pequeño ser, como si quisiera grabar la imagen para siempre. Entonces, como si el bebé pudiera sentir la fuerte presencia de sus padres, abrió lentamente los ojitos y, al verlos, esbozó una pequeña sonrisa. Cecil no pudo contenerse. Se acercó con ternura y lo tomó delicadamente en sus brazos.
—Hola, bebé de mamá… —le susurró mientras acariciaba sus mejillas suaves como terciopelo—. Mira quién está aquí —añadió mientras señalaba a Guido con una sonrisa que no podía ocultar la emoción—. Papá. Ese es papá. El bebé, co