FABRIZIO:
Darío, sentado junto a mí, jugaba con las teclas de su computadora, esperando recibir instrucciones en cualquier momento. Yo me quedé observando el reloj. Cada segundo se sentía como una eternidad.
—¿Cuánto crees que tarde Luigi? —preguntó Carlos en voz baja, sin apartar la vista de la puerta del quirófano. La puerta del quirófano se abrió de golpe, y Luigi salió. Su expresión seguía siendo impasible, aunque su mirada brillaba. —Luigi —me levanté—, ¿cómo salió todo? —Muy bien, Fabrizio, muy bien —luego se giró hacia Darío, que permanecía sentado sin saber lo que sucedía—. ¡Felicidades, papá! Son una niña y un niño. Les faltan dos semanas, por eso están en la incubadora. Fabrizio, desgraciadamen