OLIVER:
Se había formado un caos monumental. Las jóvenes, aún vestidas con los magníficos y delicados diseños de novia, corrían de un lado al otro intentando deshacerse de los vestidos sin dañarlos, mientras gritaban instrucciones confusas entre ellas. Yo, en medio de todo, luchaba por mantener la calma, pero la tensión me aplastaba el pecho. Cada hilo, cada costura de esas piezas era mi esfuerzo, mi arte, mi orgullo. Los vestidos parecían bailar entre el peligro de algún rasguño y las manos nerviosas de quienes los manipulaban.
Filipo llegó como un huracán silencioso. Alto, imponente, con una presencia que hacía que hasta las respiraciones se sincronizaran a su ritmo. Se detuvo justo en medio de la habitación, cruzó los brazos con la soltura de alguien acostumbrado al mando y lanzó sus órdenes con voz calma pero letal, como un cuchillo afi