Si un día una hermosa mujer vestida de novia se lanza en tus brazos y te pide que la salves, ¿qué harías? ¿Te la llevarías contigo? ¿La salvarías? Pero… ¿qué pasa cuando te despiertas al otro día con una terrible resaca sin acordarte de lo sucedido, con un anillo de matrimonio en tu dedo y un certificado de matrimonio a tu lado? Gerónimo Garibaldi, ha tenido poder, estatus y riqueza desde su nacimiento. Enamorarse y contraer matrimonio no estaba en sus planes. Él sólo quería ayudar a la desconocida que le pareció conocida y que necesitaba su ayuda. Despertarse casado, nunca estuvo en sus planes, sobre todo si ella ha desaparecido. Ahora su vida está de cabeza, llena de preguntas sin respuestas y un matrimonio con alguien que no conoce. —¿Qué vas a hacer ahora mi hermano? —¡Tengo que encontrar a mi desconocida esposa para que deje de serlo!
Leer másEl bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá!
—¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no pudo evitar detenerse a mirar con asombro esa escena surrealista. Entre risas nerviosas y expresiones de fascinación, comenzaron a murmurar. Un elegante y apuesto joven vestido en un impecable traje azul miró alrededor, intentando comprender lo que sucedía. Varias personas lo señalaron emocionadas. —Señor, lo llama su novia —le dijo una señora tocándole el hombro. —¿Eh? ¿A mí? —pregunta con incredulidad. —Sí, espérela, es muy hermosa —repite otro extraño. —Joven, no debe abandonar jamás una hermosura como esa —le reprende un señor mayor. —¡Detente, amor…! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —vociferó una mujer que rompió la tranquilidad como una explosión. Él giró para ver a una novia que lo llamaba. ¿Quién demonios era esa mujer? Porque ciertamente no la conocía. Y, sin embargo, su mirada... En el momento en que sus ojos se encontraron, algo en su interior pareció detenerse. Su corazón dio un vuelco. Ella lo miraba con una mezcla de desesperación y súplica, como si de verdad él fuera su único salvavidas en medio de un naufragio. —¡Detente, amor…! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! ¡No me dejes, no me dejes! ¡No puede creerlo! Abre los ojos en su intento de entender que lo que divisa es cierto…, o eso cree. ¡Ella es…, ella es…!, se repite en su mente, todavía sin creer que sea cierto al ver de quién se trata. ¡Es imposible!, se dice, debe ser un sueño, y gira la cabeza hacia los rostros risueños de todos los que los observan, como si estuvieran filmando una película romántica y ellos fueran los protagonistas. —¡Detente, amor…! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —repite ella una y otra vez, sin dejar de mirarlo. ¡Esto es una locura, yo no tengo novia, no tengo! ¿Cómo aparece una llamándome a gritos? ¡No, él no caerá en esa trampa! ¿O esto es una broma de mal gusto que le hicieron por su graduación? Gira su cabeza para ver si divisa alguno de sus primos o conocidos escondidos, pero no, nadie que conozca está por allí, aunque no los vea. No se dejará engañar, se dice, y quiere marcharse, pero algo mayor que él se lo impide, más ante las voces aterradas cargadas de miedo que escucha que le dedica la bella joven, que sigue sin dejar de llamarlo ni de correr hacia su encuentro, haciendo que se percatara de que es real. ¡Ella salió de la nada, vestida de novia, y viene a su encuentro! ¿Qué demonios es esto? —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! ¡Te amo…! ¡Te amo…! ¡Espera por mí…! La mira fijamente a sus increíbles ojos de un verde único y se queda así, sosteniendo la mirada de ella, que está cargada de súplica y terror. Ella continúa vociferando mientras corre, perseguida por varios hombres vestidos de trajes negros que la llaman a gritos: —¡Cristal…! ¡Cristal…! ¡Cristal, detente, todo tiene una explicación…! Los gritos, lejos de hacer que ella disminuya la velocidad, al verlos tan cerca, la hacen acelerar más y seguir corriendo con todas sus fuerzas, sin apartar su vista de la del desconocido, que abre los ojos asombrado al percatarse de que sí, de que no se equivoca, ni es un sueño o alucinación. ¡Es ella! ¡Ella! ¿Cómo puede ser posible que aparezca aquí ahora? Se pregunta sin dejar de observarla. ¡Están a miles de millas del lugar en que la viera por primera vez! No puede ser ella, no puede, se dice. Y definitivamente no parece ser una broma que le hayan tendido; ¡ella está huyendo de alguien! ¿Qué es lo que sucede? ¿La querrían casar obligada? ¿La raptarían? ¿Qué hace allí? ¿Y por qué le grita esas cosas? Se pregunta tratando de encontrar una explicación lógica a lo que ve. ¿Cómo sabía ella que él iba a estar allí, a esa hora, en ese hotel? ¿Qué tipo de trampa macabra de sus enemigos es ésta? Va a girar para montarse al auto cuando ve aparecer a otro hombre que la llama a voces. Y no sabe por qué, su sola visión y el terror que aumenta en la expresión de la novia hacen que toda su espina dorsal se estremezca, y permanece en el mismo lugar, escuchando cómo ella lo llama casi en una súplica. —¡No te vayas, llévame contigo, amor, llévame contigo! —Y el llamado cargado de amenaza del que parece ser el novio: —¡Cristal, es un malentendido…! ¡Cristal, regresa…! ¡Cristal, no te atrevas a dejarme plantado...! ¡Cristal…! Sin saber por qué, extiende sus brazos hacia ella incitándola a llegar. Casi la alcanzan; como un autómata, lleva su mano a donde esconde su arma, pero recuerda que está en la entrada de un hotel y se detiene. Regresa con ambas manos hacia el frente en una clara invitación de que la salvará, solo debe llegar a él. ¡Corre, ven a mí, te salvaré! Le dice en su mente sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Ella, al verlo así, parece comprender lo que él ha pensado, corre aún más rápido y, con todo el impulso que trae de su carrera desenfrenada, da un salto abrazándose a su cuello, que la recibe en sus brazos, apretándole fuertemente mientras cae acostado con ella encima, en el asiento trasero de su auto, que sale a toda velocidad alejándose de quienes los persiguen, que corren de un lado a otro buscando sus autos y haciendo desesperadas llamadas. Mientras la llamada Cristal sigue abrazada con los ojos cerrados del desconocido, que también la sostiene muy fuerte contra su pecho, ante el aplauso de muchos presentes, que ríen comprendiendo al parecer lo que acaba de pasar y satisfechos de que ella lo lograra, al escuchar cómo maldice el prometido. —¡Maldita sea! ¡No pueden ir tan lejos! ¡Encuéntrenla! —gritó, furioso, mientras se apresuraba al interior de su auto acompañado por tres hombres de traje negro. Pero el hermoso auto último modelo de gran calidad, se aleja con ellos hasta desaparecer, quedando solo la imagen ondeante del velo de la novia, en una hermosa estela blanca como si dijera adiós.Conduzco apresuradamente rumbo a un hotel en el centro de Roma, donde tengo una cita. Mi teléfono suena; al ver quién es, informo de inmediato que he alertado a la policía de Palermo sobre la entrada de muchos extraños. Me dicen que han puesto a todos en pie de alerta y que están revisando cada área que encuentran sospechosa para ver si logran hallar a Gerónimo.—Colombo, a Gerónimo no le puede pasar nada, ¿me entiendes? Asegúrate de que la policía nos ayude en esto —exige Fabrizio, con la autoridad de siempre—. No puedo darte la ubicación exacta de dónde está. Darío nos va a ir guiando.—Bueno, sé que las precauciones en estos casos son importantes. Te dejo ahora; voy a reunirme con alguien. No te preocupes, alerté al fiscal Casio de lo que está pasando —le digo antes de colgar.Entro al elegante hotel. Pregunto p
Mientras tanto, en Roma, otra comitiva desconocida para nosotros llega al aeropuerto, donde un avión ya está listo. Abordan con el mismo destino: Palermo.—¿Estás segura de que está allá? —pregunta uno de ellos.—Sí, el espía que tenemos en los Greco me acaba de llamar. Ellos se dirigen allá —responde otro, acomodándose en el asiento—. El Greco va en persona.—Pero, hija, no tenemos a nadie en esa ciudad —dice un hombre sentado al lado de una bella joven—. La dominan por completo los Greco, los Garibaldi y la Cosa Nostra. No queremos meternos con esos grupos juntos. Es una locura.—La gente de la Orden ya está allá —contesta la joven, mirando las nubes—. Ellos van a llegar tarde.—¿Les avisaste? —se sobresalta el hombre—. ¡Tú estás loca!El jet privado surca el
Después de que se aclaró que yo no tenía nada que ver con el rapto de mi esposo, salimos todos detrás de Fabrizio, sin saber a dónde vamos, pero estamos seguros de que se trata de mi Gerónimo. Nos montamos en los autos y conducimos a toda velocidad rumbo al aeropuerto. Yo voy con mis padres y Maximiliano, que es el que conduce.Al llegar al aeropuerto, nos dirigimos a dos pequeños aviones listos para despegar: el de los Garibaldi y el nuestro.—Thea mou, ven con nosotros —le pide Maximiliano a Coral, que lo mira un instante, pero luego corre detrás de los de su familia.Maximiliano resopla, pero sigue a papá mientras la ve alejarse. Corremos hacia nuestro avión sin soltar mi mano, seguidos de todos los hombres de seguridad que nos acompañan.—¿Adónde vamos, papá? —pregunto, viendo cómo besa a mamá y la envía de
El hombre baja la mirada al suelo, como si allí fuera a encontrar la respuesta que lo salve. Su respiración temblorosa delata que apenas está comenzando a entender el caos en el que se metió. —No sé quiénes son exactamente. No llevaban ningún distintivo, pero… parecían demasiado organizados, como si supieran cada movimiento que iban a hacer. Eran rápidos y no parecían novatos, señor —termina diciendo en un tartamudeo. Fabrizio entrecierra los ojos. No dice nada. Ese silencio siempre pesa más que cualquier grito que pudiera dar. —Entonces tienes tres grupos: Los Manos Negras, los vestidos de negro y ahora… esta otra mafia. ¿Y no supiste identificar nada más? ¿Un acento, gestos, siquiera una palabra que hayan soltado? —intervengo, acercándome más. —¡Nada, señor! Ib
Cristal retrocede un paso, tambaleándose ligeramente, como si el peso de las acusaciones le estuviera aplastando los hombros. —Fabrizio... Estoy segura de que fue alguien más. Pero, por favor, necesito que encuentres a Gerónimo. No haría nada para ponerlo en peligro —dice con un hilo de voz, mientras su mirada implora ayuda. Los Manos Negras... El solo escuchar ese nombre hace que un nudo se forme en mi garganta. ¿Lo atraparían al fin? Fabrizio respira profundo y da un paso adelante, su autoridad imponiéndose sobre todos los presentes. —¿Se puso de pie, no estaba herido? —pregunto, pensando que lanzarse así de un auto no todos salen ilesos. —No, señor, y nadie se decidía a acercarse —sigue contando el otro—. Ya sabe, por la puntería que tiene. Fue cuando Los Manos Negras lo rescataron. —¿
La seguridad en su voz al decir eso hace que el miedo se apodere de mi corazón. Pero me olvido de eso; tengo que saber qué hizo con mi Gerónimo. Esta desgraciada mujer ha llegado hasta aquí con mi paciencia. Aguanté todo, pero no que pusiera en peligro a mis hijos. —Ahora no tengo tiempo para tus historias —digo, porque es verdad—. ¿Dónde puedo encontrar al tal Raffaello? —No lo sé, lo único que pude averiguar es que vive en una isla de Grecia —contesta con sinceridad. —¿Una isla de Grecia? ¿Estás segura? —asiente sin apartar la mirada de mis manos—. ¿Y la chica, quién es? ¿Cómo se llama? —Es la hija de Raffaello. No sé muy bien cómo se llama, pero oí que le decían Cristal —dice, estremeciéndose por completo al ver que me coloco un
Último capítulo