Capítulo 34

El viaje de regreso a la ciudad fue largo y silencioso. Emma, recostada contra la ventanilla, observaba el paisaje pasar como un río de sombras y luces. Su respiración era pausada, pero en su pecho una tormenta la ahogaba. El solo pensar en poner un pie de nuevo en aquel lugar que había marcado sus cicatrices —físicas y del alma— la hacía estremecer.

Mateo, al volante, la observaba de reojo.

—Si no estás lista, podemos esperar un poco más —dijo, con la voz suave.

Emma negó despacio, sus manos apretando el pequeño bolso en su regazo.

—No… Alejandro me necesita. Y Nora también. Si me detengo ahora, entonces ellos habrán ganado.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, llenas de una resolución que no le parecía suya, como si una fuerza desconocida se hubiera apoderado de ella.

Cerró los ojos. Apenas lo hizo, el recuerdo la golpeó como un látigo: pasillos húmedos, repletos de olor a desinfectante barato; las risas crueles de los adultos; la voz de Don Martín, áspera, rozándole la piel c
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