Pasé la noche en esa habitación vacía, envuelta en mi chaqueta, sobre el suelo frío, sin atreverme a encender ninguna luz. No dormí del todo. Mis párpados caían, pero cada ruido en el castillo —un crujido, el aleteo de un ave afuera, el silbido del viento colándose por una rendija— me devolvía al presente, con el corazón latiéndome en la garganta.El amanecer llegó lento, bañando el castillo con una luz grisácea que no traía calor, pero sí claridad. Me levanté con dificultad. Tenía las extremidades entumecidas, la boca seca y el estómago vacío. Aun así, me sentía viva. Oculta, sí… pero viva.Me asomé por la ventana. Desde allí podía ver los jardines descuidados extendiéndose como una selva salvaje. Había fuentes rotas, árboles sin podar, senderos ocultos bajo la maleza. Y más allá, las colinas brumosas que ocultaban el castillo del mundo. Aquello no era solo un hogar. Era una isla suspendida en el tiempo.Me atreví a explorar, así que salí en silencio de la habitación, caminando por p
Leer más