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CAPITULO 9 Fútil esperanza

—Tal y como era de esperar, considerando lo sobreprotectores que son y lo mucho que he demorado en dar este paso.

—A todos nos ha costado aceptar que ya no eres la pequeña que necesita nuestra protección constante. Eres una mujer independiente y con excelentes ideas. Tu trabajo en la empresa lo demuestra. Milo hizo bien al darte responsabilidades que te obligaron a desplegar tus alas. Y estoy maravillado por tu desempeño.

—Kaleb, eres un encanto. Gracias, hermanito.

—¿Cuándo será el feliz acontecimiento?

—La próxima semana. Jace me ayudó a encontrar un apartamento excelente con vistas maravillosas. ¿Y sabes qué es lo mejor? Lo voy a compartir con Tina, la hermana de Regina.

Él elevó una ceja.

—Tenía entendido que estaba estudiando y le tomaría un buen tiempo hacerse con el título y volver.

—Sí, pero sus metas cambiaron y finalmente optó por otros cursos, que puede hacer aquí. No lo tengo demasiado claro, nos hemos contactado telefónicamente. Estaré por mi cuenta, pero acompañada. El sitio es demasiado grande para mí y será una solución para ella también.

—Milo tratará de espiar todos los detalles a través de su cuñada.

—Sé que no es no muy diferente a ti, hermanito controlador.

—Un rasgo de carácter heredado—elevó los hombros—. ¿Qué te ha dicho a nuestra madre? Imagino el drama.

—Sí, le parece bien, aunque ha enfatizado su dolor e incomprensión por mi falta de asistencia a esas presentaciones en la alta sociedad que podrían darme el esposo de mis sueños. Y a la familia perfecta con la que tanto ha soñado.

—Tú, ingrata, eres su última esperanza de lograr emparentarnos con alguien de sangre azul.

—Fútil esperanza. Dada a mi poca experiencia en la sociedad _ dijo con nostalgia.

—Vaya decepción que son todos ustedes para los planes de nuestra madre para al menos ser parte de una monarquía—sonrió.

—¿Qué hay de ti Kaleb? Podrías darle el gusto. Podrías tú casarte con la mujer que nuestra madre elija para ti.

—Nunca, eso de la aristocracia no es para mí hermanita—sostuvo con firmeza.

—¿Trajiste las exquisiteces dulces?—preguntó, cambiando el tema.

—¿Todas las mujeres del universo Monahan orbitan alrededor de esa pequeña tienda? Esto sí que es un misterio, será que es una especie de hechicera y le echa a sus creaciones pociones mágicas para hacer adictos a sus clientes.

—Son absolutamente deliciosas. No puedes negarlo. Te he pillado en más de una ocasión cuando los pruebas. Y lo mejor es que podemos ayudar a un pequeño emprendimiento a crecer así como a su dueña, así que digamos que todos estamos haciendo una labor social a la vez que degustamos un producto de excelente calidad y hecho con amor.

—Lo sé—asintió, su mente otra vez trayendo la imagen de la adorable propietaria.

Fue una ardua semana de trabajo para Casie, pero esto no hizo más que revitalizarla y ponerla feliz, como solo podía lograrlo el saberse dueña de las riendas de su vida y no tener que rendirle cuentas a nadie. Parecía absurdo considerar como logros el poder decidir qué tipo de masas y tartas haría cada día, o las pequeñas innovaciones que haría en la presentación de estas o en la estética en las vitrinas. Pero para alguien que durante años había estado sometida las decisiones de otro, era liberador.

Esa misma semana la había pasado dando vueltas a dos ideas en su cabeza. Las quería convertir en acciones, pero su talante tímido la frenaba. Las dos tenían como disparador la presencia de Kaleb Monahan en su local, como si hubiera sido el catalizador para que algo en ella se despertara. Ese hombre regio y sensual había sacudido su domingo y provocado las más locas reacciones en su cuerpo, durante y después de su visita. A los nervios y la tensión que experimentó bajo su mirada inquisitiva y escrutadora, que parecía leer su alma, se había sumado que pareció aquilatar su cuerpo como un lobo frente a un conejo o algo así.

Sus rodillas temblaron y su centro pareció vibrar ante su mirada, pulsando impiadoso. ¡Y su voz! Oh, señor, su voz. Intensa, profunda, rica en matices, la obligó a tragar grueso y se impuso para incitarla a actuar, frenando frases o inmovilizándola.

Un hombre acostumbrado a mandar, a imponerse. Si la analogía servía, Casie se había sentido como la serpiente que esos hombres de la flauta hacían bailar a su son, tanto que vergonzosamente tartamudeó y habló de más.

Había sido menos de media hora, eso era todo lo que la presencia de Kaleb Monahan había durado en su local, pero más que suficiente para que ese rostro seductor se filtrara en sus noches, en sus fantasías, sin importar cuánto esfuerzo hiciera ella para espantarlo.

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