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CAPITULO 8 Ese tipo de amor no es para mí.

—Todo parece indicar que lo sufres. Cada vez que te pedimos soluciones o cambios en tus proyectos los defiendes como si fueran hijos. No es saludable.

—Hermanos, veo que se divierten sin mí—la voz de Aidan disolvió en parte la tensión. Con su brazo en la cintura de Sharon, que los miraba con los ojos entrecerrados, el menor era la imagen del bastardo feliz y satisfecho de sí mismo—. ¿Por qué pelean hoy?

—Lo de siempre. Es la dinámica que este idiota tiene conmigo— murmuró Jace, encogiéndose de hombros y retirándose hacia los jardines.

— Kaleb, tienes que dejarlo en paz. Lo provocas demasiado.

—No me digas eso, Aidan—siseó—. No podemos permitir que siga así, metido en su mundo, solitario y triste. ¿Qué hubiese pasado si no te sacudiéramos a ti?—inquirió—. Seguirías haciendo las mismas estupideces y rompiéndote la crisma por Europa.

—No puedes decir que no tiene un punto ahí—acotó Sharon, sonriendo.

—Claro que no, le encanta restregar en mi rostro lo superhéroe que es. Nada difícil si eres un tipo rico con un avión privado y con personal calificado para atención personalizada e individual—terció Aidan, haciendo que el ceño de Sharon se frunciera— Él, amor. Él contrata el personal y usa el avión—lo señaló como acusándolo, a la vez que la besaba con brío y ternura.

—Aquí estoy yo, totalmente desmerecido por ustedes, que no ven el intenso servicio social que presto. Casi podría instalar un consultorio psicológico para atenderlos.

—Deberíamos estar muy mal para eso—Aidan rio.

—¿Pudiste recoger los dulces en Kelly’s Delicatessen, Kaleb?— Sharon intervino para saldar el diálogo, meneando la cabeza.

—Por supuesto, soy la eficiencia en persona—se jactó, sonriendo para su cuñada—. Y déjame decirte que el principal dulce que vi allí es su dueña.

Sharon rodó los ojos y esbozó una sonrisa. Se estaba acostumbrando a su humor, referencias y a su juego de playboy.

—No parece que sea tu estilo. Es una gran trabajadora y puedo decirte que nunca la he visto con otra ropa que no sea la de su tienda. No es que la conozca demasiado, por otra parte.

—Tal vez te conviene recostarte. O ir al club, con tus amigas a pasar el rato—le sugirió, sin sonreír, con tono duro, aunque bajo.—. Si no puedes disfrutar de tu nieta y tus hijos y tomar esta como una oportunidad para reconectar con tu familia, lo mejor es que no estés en el medio.

—No puedes culparme. Me obligaron a aceptar algo que no quiero.

—Puedo y lo hago—la dejó sin más, como de habitual fastidiado por su corazón helado.

Sus pasos lo llevaron a la cocina, donde la buena de Beatrice miraba el despliegue de personal contratado en su cocina, su reino, con ojos entrecerrados y ceño fruncido. La tomó por los hombros y le dio un beso.

—¡Mi niño más bonito!

La frase lo hizo sonreír.

—¡La misma treta de siempre, viejita! ¿Crees que no sé qué le dices lo mismo a los otros?

—No, pero sí sé que lo necesitas más que ellos—sonrió, su rostro distendido en comprensión—. ¿Has visto qué bonita está mi pequeñita Brooke?

—Hermosa. Una pena que Milo la cele como si fuera un mastín. Más intenso que nunca—se quejó.

—Mi niño más grande está absolutamente prendado de sus mujeres y es natural que así sea. Lo mismo pasa con el pequeño Aidan, que no deja a Sharon ni a sol ni a sombra. Saben lo que tienen y lo aprecian. Bien por ellos.

—No puedo evitar la carcajada cada vez que hablas así de Aidan, Bea. Mide un metro noventa, por favor.

—Lo sé, más ninguno de ustedes ha dejado de ser pequeño para mí. Mira qué feliz está—señaló a la pareja que se apreciaba por los ventanales, paseando y riendo—. ¿Cuándo te veremos a ti así de enamorado?

—Nunca—sostuvo con convencimiento— Ese tipo de amor no es para mí.

—¿Cuántas veces te he dicho qué no se debe tentar al destino con esas lapidarias expresiones?—lo reprendió.

—¡Vamos, viejita! ¿Dónde encontraría una mujer que soportara lo que soy en esencia? No es que haya muchas como mis cuñadas. Soy un combo poco apetecible para una mujer como ellas, sensibles, naturales, queribles y dignas de adoración. Soy…

—Un hombre íntegro y querible detrás de toda esa pared de cinismo que levantas, te conozco muy bien—ella se acercó y le puso una mano en el pecho—. No tengas miedo, nunca jamás serás como tu padre.

Kaleb movió la cabeza con nerviosismo y asintió. Ella conocía a fondo sus pesadillas y el temor que lo asediaba, incluso más que a sus hermanos.

—¿A quién podría entregar fidelidad si soy como el colibrí, que ve la belleza en todas las flores y no puede evitar libarlas?

—No ha llegado tu momento ni la persona que te va a sacudir el piso y te va a despojar de esa corteza dura que te envuelve. Ya llegará, ya llegará —sentenció, dejándolo para ir a reprender a uno de los asistentes.

En ese momento vio a Violet y se acercó a ella.

—¡Kaleb!—su hermana le abrazó con cariño.

—¿Es verdad lo que me ha dicho Jace? ¿Te vas a mudar?

Ella asintió y sonrió.

—¿Qué discurso me vas a lanzar tú?

—Puedo imaginar que Jace y Milo ya te han hecho mil recomendaciones.

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