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CAPITULO 30 Apuesto a que esto es mejor que tu vibrador

Sus manos le separaron las piernas y se zambulló para mordisquear y lamer su centro aún protegido por la sencilla textura del algodón. Sintió su humedad y el calor de su boca y toda ella se estremeció desde su centro. Su dedo corrió la tela y su lengua se deslizó por su piel, explorándola con rápidas lamidas que se concentraron luego sobre su punto más sensible.

Casie gimió y apretó sus rodillas contra la cabeza del que la comía como si fuera un buffet de lujo, tratando de llevarlo más adentro, más cerca si era posible. Sintió la vibración de su risa y la mirada pícara que se elevó cuando desprendió sus labios para decirle:

—Apuesto a que esto es mejor que tu vibrador. Y es apenas la introducción.

Ella asintió y abrió más sus piernas, invitándolo a profundizar las caricias maravillosas que esa lengua experimentada hacía sobre su centro. Era la primera vez que un hombre le hacía sexo oral. Había fantaseado muchas veces, sabedora de que un hombre experimentado deslizando sus dedos y su boca por la intimidad de una mujer tenía que ser mucho más erógeno y divino que la silicona o que los dedos.

Esta era la prueba, Kaleb se deleitaba en ella, con pericia, y ella sintió el goce por todo su cuerpo. Un orgasmo se construyó segundo a segundo hasta que se desató arrasándola, y provocando que sus piernas, su abdomen y su torso se contorsionaran, llevando inenarrable disfrute por todas las terminaciones nerviosas. Por un instante pareció perder conexión con la realidad, elevándose en una bruma deliciosa y brillante, mientras que su boca gritaba el nombre del que la había transportado tan alto.

Rendida sobre la cama, parpadeó. Pareció que toda energía le había sido drenada de su cuerpo, respirando con dificultad y asombro mayúsculo.

—Esto.... Nunca...

Él se incorporó y la observó con atención, labios curvados en divertida mueca, su boca brillando con sus jugos, y esto, lejos de

avergonzarla o repelerla, la excitó. Mordió sus labios y se incorporó, decidida, gateando hacia él en procura de su entrepierna, dispuesta a devolverle la experiencia, pero él la tomó y la tendió, besándola con intensidad, haciendo que se entremezclaran los sabores de sus intimidades.

—La noche es muy joven y quiero que la disfrutes a pleno.

—Pero tú…

—Oh, yo voy a correrme, no te quepa duda. No obstante, eso será cuando obtenga mi propósito, que es arrancarte algunos orgasmos más.

¿Tienes idea de lo mucho que me excita esto? Postergar mi alivio lo hará mucho más disfrutable.

La incorporó con fuerza y suavidad, desabotonando su vestido, que deslizó por su cuerpo para quitarlo, dejándola brevemente con el brasier, que despojó a continuación. Casie contuvo la intención de cubrirse, consciente de que los suyos eran senos por debajo de promedio.

Sin embargo, él los miró y apretó sopesándolos apreciativamente, deslizando sus dedos, rozando y luego pinchando sus pezones hasta que se transformaron en endurecidas cumbres que tomó en su boca alternativamente, succionando y haciendo que enviaran rayos de energía placentera a su centro.

—¡Perfectos!—Sus dientes rozaron uno de los picos y ella se tensó, la sensación entre dolorosa y placentera, nueva—. Tan duros y agudos, receptivos. Se verían maravillosos con unos sujeta pezones.

Lo observó asombrada y él sonrió sin dar más explicaciones. La acarició nuevamente y de golpe, le dio vuelta sobre la cama, tendiéndola sobre su estómago, abriendo sus piernas. La besó con suavidad recorriendo sus hombros, omóplatos, toda su columna vertebral hasta llegar al sacro, mientras sus manos bordeaban su silueta y se posaban en sus glúteos, abarcándolos casi por completo, sus pulgares enmarcando el sitio donde pierna y nalga convergían, tocando con sus puntas su centro, en un roce deliciosamente prohibido.

Separó sus glúteos y su lengua se deslizó marcando la división de su cola, adentrándose. Sentirlo adentrándose en la zona más prohibida de su cuerpo la hizo dar un brinco, que él contuvo sin presionar.

—Kaleb, no...—se removió inquieta ante lo que sintió como una invasión extraña, aunque no totalmente desagradable.

—¿Este es un límite?—preguntó él y ella asintió.

Sin más, la hizo girar, respetando su deseo. Lo observó con ansiedad para ver si evidenciaba molestia, pero él ya se abocaba a serpentear con su lengua por sus senos y luego hacia abajo, trazando el camino que los unía con su centro, que volvió a torturar con maestría.

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