Una vez en su coche, condujo sin prisas y la llevó de vuelta a su apartamento, y aunque ella no hizo gesto evidente, pareció sorprenderse de que él no hiciera el intento de ir a su sitio. Una vez arribado, dio la vuelta y abrió su puerta y posando la mano en su espalda, la condujo adentro, acariciando su cintura.
Percibió su estremecimiento y la apretó contra sí al ingresar en el ascensor, su espalda contra su pecho. Hundió su boca en el suave hueco entre sus hombros y su cuello, aspirando su aroma fresco, sutil. Besó suavemente su clavícula y ascendió hasta el lóbulo de su oreja. Besos leves, encadenados, que lo llevaron hasta el comienzo de su cabello. En cada uno, se dejó invadir por su aroma, permitiendo que sus sentidos se nutrieran de ella.
—Hueles exquisito. Podría estar horas sumergido así.
Deslizó la punta de su lengua por el largo del cuello, con lentitud extrema y ella tembló, exhalando un leve jadeo. Kaleb sintió su decisión flaquear y cerró los ojos, sus labios apretados y sus manos quietas en la cintura, pugnando por ir más abajo.
Tenía que controlarse, porque de lo contrario la levantaría en andas y la apoyaría en la pared sin más, para hundir su virilidad en el exquisito y apretado núcleo que sabía era su centro. La ansiedad y la expectativa jugaban en su contra, horadando la decisión de dejarla en el comando del encuentro.
Respiró hondo para calmarse. La soltó con lentitud y tomó su mano, agradeciendo que las puertas del ascensor se abrieran y el aire fresco despejara su mente. Llegaron hasta la puerta de su apartamento, sin hablar, y la hizo girar, posando sus manos en sus hombros para luego darle un beso en ambas mejillas, dibujando una sonrisa.
—Descansa, gatita. Ha sido una noche maravillosa, una que me gustaría repetir.
—¿Te vas? ¿Me dejas así?
La sorpresa de su voz y de su rostro, sumadas al gesto posterior de taparse la boca y enrojecer, minaron su intención de marcharse. Ella esperaba que él se quedara y eso fue un catalizador inmediato.
—Claramente no quisiera irme. Pero no voy a hacer nada para forzar una invitación.
Ella parpadeó varias veces y entonces una súbita decisión se hizo eco en el gesto decidido de su rostro. Para su sorpresa y deleite, se apretó contra él, extendiendo sus brazos para tocar su rostro y lo besó, apoderándose de su boca con autoridad creciente, sus labios cálidos y pulposos posándose en los suyos, seda húmeda que lo enfebreció.
Respondió con pasión, cerrando sus brazos para envolverla, haciendo que su lengua se colara en la cavidad dulce que sabía a vino y crema. Sus manos se trasladaron a su nuca y apretaron más y más, las lenguas enroscadas en una batalla, reconociéndose mutuamente.
Pulsos eléctricos, humedad, necesidad, deseo, le hicieron olvidar precauciones racionales y planificación, e instintivamente la atrajo, fundiéndola contra su pecho. Sus manos la recorrieron viciosas, una de ellas delineando la figura y la otra apretando un seno, cuyo pezón se notaba pugnando por atravesar la tela.
—Ah, gatita, te he provocado mucho—desprendió sus labios, pero no cortó sus caricias, sus manos ahora en sus glúteos, apretando y sopesando ese trasero que tantas malas ideas le había dado la semana pasada—. Esto boicotea mi reciente intención de ir lento.
—¿Lento?—ella se echó atrás y lo miró con incertidumbre—. ¡Estás de broma! Si hay alguien que ha estado imponiendo velocidad a nuestro vínculo eres tú.
—Lo sé, lo sé—la atrajo con suavidad— Tenía toda la intención de demostrarte cuánto te deseo esta noche, pero… No sé. Respeto la decisión que tomes. Si necesitas que…
—¿Es por lo que te conté?
Él asintió y ella negó, con énfasis, en franca rebeldía, sus manos en su pecho, obligándolo a prestar atención.
—¿Crees que puedes echarte ahora atrás, Kaleb Monahan? ¿Luego de que prácticamente me obligaste a confesarte que me estaba masturbando? ¿Luego de decirme sin filtro alguno las fantasías que tienes conmigo? ¿Todo lo que quieres hacerme? He pasado estos días haciéndome a la idea y dándome valor para aceptar que te deseo como a nadie. No voy a permitir que te vayas y me dejes así—terminó, con decisión.
Kaleb la observó maravillado, aprendiendo otra faceta de ella. Una compuesta y dispuesta a tomar lo que le habían prometido y a que no la trataran como si fuera una mujer de cristal. Echó la cabeza atrás y rio, aliviado, alegre, su natural sexualidad bebiendo de la inminencia de poseer a Casie.
—Si es así, si estás dispuesta a subirte a este viaje, quiero que sepas que me gusta todo—la arrinconó contra la puerta y le hizo sentir la erección mayúscula que portaba, obteniendo su asentimiento jadeante—. No tengo tabúes, y te voy a pedir que me acompañes a probar experiencias que pueden ser reveladoras.
—Estoy dispuesta—susurró y el movimiento de su cuello le mostró que tragaba con dificultad, su pecho oscilando, muestra de su excitación—. Pero tengo miedo y límites.