—Los iremos testeando, gatita. No haremos nada que no desees, te lo prometo—su voz era un siseo anhelante y sentía su sangre bullir—. En principio, estoy tan excitado que podría correrme de acariciarte, Casie, solo por estar contigo entre mis brazos, disfrutando de tu piel. Mas te prometo que si me dejas descubrirás cosas de ti misma que aún no conoces, y yo atisbo.
Levantó su barbilla con un dedo y la besó con ferocidad, comiéndole la boca con pasión mientras la elevaba por los glúteos y ella rodeaba su cintura con sus piernas.
—¿Llaves? —Ella despegó con renuencia uno de sus brazos y rebuscó en su bolsa entregándoselas, volviendo a abrazarlo y besarlo, perdida la primaria inhibición. Él abrió y se colaron dentro, y él la bajó, mirándola con fijeza—Me acabas de dar la entrada a tu reino y a tu intimidad, Casie. ¿No hay vuelta atrás? ¿Estás lista?
Ella asintió y él no pudo evitar el alivio. Hora de dejar de pensar y tomar las riendas para dejar fluir el placer.
Casie se sentía inmersa en un huracán de sensaciones, su cuerpo temblando y la garganta cerrada en anticipación, sus labios hinchados y palpitantes por los besos feroces compartidos sin parar desde que habían salido del ascensor hasta que él la depositó sin ceremonias en su lecho.
Era un manojo de sentidos exaltados, la respiración agitada y su mirada fija en ese hombre abrumador y magnífico que la acechaba y había anunciado que la comería sin piedad. ¡Su propio y mejorado Lobo Feroz!
Por un momento al llegar había temido… Sí, esa había sido la emoción que había experimentado, TEMOR. A que él se retirara sin tocarla, sin intentar nada físico, a que no la besara y acariciara, a que no la hiciera finalmente suya esta noche.
Era lo que le había prometido… Bien, no exactamente; lo que había anunciado que ocurriría y para lo que ella se había preparado mentalmente.
La retirada habría sido decepcionante. Por supuesto, le tenía que reconocer el intento de gentileza; él había apreciado su momento de debilidad al confesar su pasado y, con empatía propia de un hombre de verdad, trató de frenar la lujuria que derramaba en frases y miradas desde que se habían encontrado por primera vez.
Más ya era tarde para una retirada estratégica, de ambas partes. Kaleb había despertado su sexualidad encapsulada y encajonada, liberándola y, por tanto, las inhibiciones y temores que la habían sujetado no existían. O sí lo hacían, pero se sentía empoderada y en control, pues entendía que la recompensa sería mayúscula.
Una evidencia de esto fue su impetuoso comportamiento, incitándolo a permanecer junto a ella para obtener justo lo que estaba pasando ahora, en su lecho. Él, devorándola, haciéndole sentir el peso de su deseo y concretando los anuncios que la habían mantenido despierta y con el vibrador en sus manos por varias noches.
Lo observó fascinada; era un hombre seguro de sí mismo y, ¿cómo no serlo? Parecía reunir todos los dones y dotes: simpatía, habilidad social, inteligencia, seducción. Podría distinguirse entre decenas, su postura y su seguridad eran atractivas. ¡Y ese cuerpo! Un crimen mantenerlo oculto, pero eso estaba cambiando ante sus ojos.
Se sentó en la cama, su mirada pegada a las manos que quitaban la chaqueta y luego desprendían la camisa, dejando al descubierto un pecho poderoso finamente cubierto por algo de vello y abdominales marcados con la mítica V que conducía a la entrepierna. Era la viva imagen de esas publicaciones de gimnasio que solía observar largamente en I*******m.
Y se complementaba con sus brazos proporcionados en los que los bíceps resaltaban abultados. Un tatuaje magnífico descendía desde su hombro derecho hasta el codo, un intrincado diseño tribal que agregó condimento a su imagen de bad boy. Tragó grueso, impactada.
—¿Te gusta lo que ves gatita?
Ella asintió con rapidez, sintiendo su boca seca, mordiendo sus labios y volviendo puños sus manos, tentada como nunca, su centro pulsando con necesidad. La sonrisa desplegada en el rostro de él era todo un poema, volvía su rostro más masculino y potenciaba la intensidad de su mirada.
—Espero que no te moleste que me desnude para ti, Casie.
—No, ni un poquito—negó.
¿Cómo podría un espectáculo así incordiar a cualquier mujer con sangre en las venas?
—Me pareció oportuno dar el primer paso. Darte tiempo para aflojar la tensión que sé tienes, y de paso brindarte algunas ideas—le guiñó un ojo, seductor— Me expongo ante ti para que elijas qué hacer.
Vaya si lo hacía. El bulto inequívoco que volvía su pantalón una carpa parecía un imán que atraía su mirada sin remedio. <<Mala, mala Casie. Vas a ir al Infierno por pecadora…Y por no importarte un carajo.>>. Todo lo que quería es que él continuara desvistiéndose para ella.